Ry Srey Bopha se pasa diez horas diarias cosiendo ropa para marcas occidentales y cuando llega a su pequeña habitación que comparte con otras obreras de una fábrica textil camboyana come restos y duerme en el suelo.
Como en el caso de muchos de los 650.000 trabajadores del sector textil, en su mayoría mujeres, las jornadas de Bopha son largas y agotadoras. Y ve en contadas ocasiones a su hija, que se ha quedado en la aldea con la abuela. “La vida en las fábricas textiles es muy difícil”, explica.
Las condiciones laborales en el sector textil camboyano, otrora modélico, se han deteriorado a medida que fueron aumentando las fábricas.
Algunos de los nuevos establecimientos “no conocen las normas legales […] o les traen sin cuidado” , afirma Jason Jud, del programa “Better Factories Cambodia” de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) .
La muerte de cuatro obreros en una huelga reprimida violentamente por la policía en enero y los desmayos colectivos en la fábricas preocupan a algunas marcas occidentales. Pero a pesar de la cobertura mediática de las manifestaciones y de aumentos salariales simbólicos, los obreros no han visto mejoras en su vida.
“Cuando estamos enfermos y no podemos trabajar, nos reducen el salario. Trabajamos enfermos”, asegura Bopha.
Ella trabaja seis días por semana desde las 07h00 hasta entrada la noche, para poder llegar a fin de mes gracias a las horas extras, todo por unos 95 euros (unos USD 129) , de los que envía más de un tercio a su familia.
“A menudo como restos de arroz para ahorrar dinero”, cuenta Bopha, que desea a su hija una vida mejor.
Muchas mujeres aseguran que tuvieron que elegir entre su trabajo y su familia.
“No me voy a poder quedar con mi hija aquí porque en la fábrica no hay guardería”, dice Ton Sam Ol, que pedirá a su madre que se ocupe de su bebé de un mes.
“Esclavitud de los tiempos modernos”
Al Ol disfrutó de una baja por maternidad pagada. Pero, según los sindicatos, muchas fábricas optan por contratos cortos para ahorrársela.
Hay incluso empresas que rescinden contratos de mujeres embarazadas, afirma Moeun Tola, del centro comunitario para la educación legal, un grupo defensor de los derechos humanos. “Algunas obreras abortan”, afirma.
Los contratos de corta duración permiten a los empresarios controlar mejor al personal. “No se atreven a rechazar horas extras o a quejarse de sus condiciones. Trabajan duro, incluso enfermos”, cuenta Moeun Tola. “Su situación es una esclavitud de los tiempos modernos”, asegura.
El sector textil es clave en Camboya, con exportaciones que rondaron los USD 5 500 millones en 2013.
Tras la represión de las huelgas se subieron los salarios y el mínimo mensual pasó a USD 100 (73 euros) , por debajo de lo que se considera un “sueldo de subsistencia”, afirman los activistas.
Los propietarios de las fábricas aseguran que carecen de medios para subirlos más, y echan la culpa de ello a los que hacen los pedidos en el extranjero.
“No tenemos dinero. No podemos subir” los salarios, insiste Ken Loo, secretario general de la asociación camboyana de industriales del textil.
Muchos de los obreros están dispuestos a seguir luchando, y eso a pesar de un proyecto de ley sobre los sindicatos que podría mermar su capacidad de protesta.
“Si muchos obreros hicieran huelga ahora, me uniría a ellos”, promete Bopha.