‘Pararán dos semanas, tres meses, y luego volverán a empezar”. Un profundo escepticismo reinaba ayer en San Sebastián, en el País Vasco (norte de España), un día después del anuncio de un impreciso alto al fuego de la organización separatista vasca ETA.
“Han perdido toda credibilidad”, añade sin dudar María del Carmen, vendedora en un almacén de ropa del centro, para comentar la puesta en escena muy “oficial” utilizada por ETA, con sus tres portavoces encapuchados, para anunciar la noticia en un video. “Eso no cambia absolutamente nada. Esto es para presentarse a las elecciones del 2011”, refiere por su lado Luis, un cliente del local.
La izquierda independentista, en especial con el partido radical Batasuna, prohibido en España, está según él maniobrando para recobrar una representación política. En las calles peatonales, en los almacenes más bien elegantes y en los bares de ‘tapas’ del centro de San Sebastián, inclusive la idea de la independencia del País Vasco ya no es de actualidad.
“Tenemos la mejor autonomía de toda Europa”, asegura Fernando, patrón de un kiosco de prensa. Mostrando los periódicos en los mostradores, que en su mayoría tienen títulos que denuncian “la insuficiencia” de la oferta del alto al fuego de ETA, Fernando asegura que la lucha por la independencia “se ha convertido en una cuestión folclórica”.
Otro juicio categórico proviene de un grupo de hombres y mujeres que venden en la calle un suplemento del diario del Partido Comunista consagrado a la crisis económica: “Esto no sirve para nada, hasta que no dejen las armas para siempre”, dice Ramón, con su orgullosa pinta de viejo militante. El escepticismo también impera en la parte antigua de San Sebastián, incluso entre aquellos que expresan, en voz baja, simpatías independentistas.
Muchos se refugian en el mutismo, sin duda por prudencia, como un lector de Gara, el diario independentista: “Por principio yo no hago comentarios, y ya es mucha confianza decírselo”.
Otros buscan razones de creer en una paz civil durable y en el fin del enfrentamiento que ha ensangrentado la región desde hace medio siglo. Amparo y María, dos jóvenes sentadas en la parte antigua, que “desean creer”.
Ellas desean el fin del conflicto, pero no disimulan su esperanza de ver que este largo combate podrá satisfacer algunas reivindicaciones. “Toda esta violencia tiene que traer algo”, suspira María.