Imagen del presidente de Turquía, Tayyip Erdogan, en un acto celebrado anoche en Estambul, Turquía. Foto: EFE
Más presente que nunca, legitimado y loado como el garante de la democracia en Turquía tras la intentona golpista del pasado viernes, el presidente Recep Tayyip Erdogan ha visto fortalecido su poder y su imagen, sobre todo a nivel simbólico.
Desde su regreso precipitado de vacaciones vitoreado por los habitantes de su bastión en Estambul, Erdogan se ha convertido en figura omnipresente.
De la mañana a la noche, el presidente aparece en los canales de televisión, en peregrinaje de mezquita en mezquita para honrar a los “mártires” del golpe, declarando la guerra al “virus” de la rebelión en medio de una marea de banderas rojas turcas, arengando a los fieles que le besan las manos.
Tras llamar al pueblo a las calles para apoyar la democracia y lograr el retroceso de los sublevados, Erdogan ha prometido restablecer la pena capital a una multitud que pedía enfervorecida la pena de muerte para los golpistas.
En una rara muestra de unidad, todos los partidos políticos, los empresarios y los sindicatos se cuadraron para defender al presidente. Poco importa que las grandes capitales expresaran su apoyo al gobierno legítimo solo al ver flaquear el levantamiento: el “sultán” Erdogan ha mostrado ser intocable, invulnerable.
Su nueva posición de poder inquieta a analistas como Dorothée Schmid, especialista en Turquía del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI).
“Tendrá poderes plenos, con una psicología de venganza y de control totalitario del país”, afirma.
En realidad, Erdogan se encuentra “al frente de un Estado cada vez más desorganizado”, lo que implica un “país difícil de controlar”.
El mandatario no puede permitirse purgar completamente un ejército que necesita frente a la rebelión kurda en el sudeste y la guerra siria a las puertas, subrayan los especialistas.
Faruk Logoglu, exembajador turco en Washington, teme que “este intento de golpe de Estado refuerce los poderes de Erdogan y le permita reducir las libertades que aún quedan”.
Y critica la ambición de Erdogan de crear un régimen presidencialista, en un momento en que ya tiene un poder político, económico y mediático desconocido en la Turquía moderna.
‘Los mismos obstáculos’
Bayram Balci, del Centro de Investigaciones Internacionales de París, no duda en calificar el golpe de “regalo del cielo” en términos de imagen para Erdogan.
“Se presenta como el salvador de la democracia, lava su imagen y esto incrementará su poder”, afirma el investigador.
Pese a ello, pide que no se saquen conclusiones precipitadas: en lo que concierne a la ‘presidencialización’ del régimen deseada por Erdogan, “por mucho que se presente como un héroe, necesitará un cierto número de diputados” para la necesaria revisión de la constitución, y “a menos que negocie, no los logrará”. Por ello, tiene frente a sí “los mismos obstáculos” que antes.
El partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Erdogan no tiene la mayoría de dos tercios necesaria para aprobar una reforma de la carta magna de ese calado.
Y “por el momento, tampoco puede organizar un referéndum”, recuerda el especialista. “Lo único que puede hacer es convencer a ciertos diputados para que voten por él”.
Por ello, el mayor efecto que ha tenido el golpe de Estado, en opinión de Balci, es “puramente simbólico y psicológico”.
Erdogan será visto como una figura “muy fuerte. Tiene mucho carisma, autoridad y autoritarismo”, recalca.
Pero la realidad es que, más allá del golpe fallido, el presidente turco ha desenterrado el hacha de guerra con los kurdos, los ataques yihadistas se suceden en su territorio y el conflicto sirio llama a su puerta.
La escenificación de los medios tras la intentona golpista al final responde a “una falta de confianza de Turquía en el proceso político”, considera Schmid.