Edwin Alcarás
El comercio
Hay un encanto un tanto perverso en la palabra verdad. La decimos todo el tiempo como si supiéramos exactamente qué es. Pero cuando la intentamos definir nos damos cuenta de que, en realidad, se parece más a un laberinto que a un concepto.
Leer una crónica tiene un placer añadido al de leer una ficción literaria. Un encanto, si bien un poco morboso e inútil, encanto al fin: el de saber que eso que leemos realmente sucedió.
El cosquilleo interior que produce una buena crónica es el mismo que produce la ficción, porque la buena crónica en esencia es literatura. Pero con un plus: que se puede continuar el cuento.
Cuando una narración nos toca por dentro, uno siempre quiere saber más, quiere que esa historia no se acabara nunca, uno ansía, inútilmente, continuarla por donde sea, aunque sea con unas pocas migajas de realidad.
Ese sortilegio de la realidad es el que sostiene el estupendo libro de crónicas ‘Zoológico Colombia’, del colombiano José Alejandro Castaño. Una pequeña obra maestra de uno de los mejores cronistas actuales de ese país.
Uno de los requisitos fundamentales de una buena crónica es que, en principio, la historia sea interesante. Castaño acierta desde el principio. Sus historias se venden solas.
Un ejemplo: la historia de los hipopótamos que se quedaron sin casa luego de que fue destruido el zoológico personal de Pablo Escobar. O esta: la historia de una cárcel mixta, en la que los presos y presas son libres para una sola cosa: enamorarse. O esta: la historia de los perros callejeros de Cartagena, durante los días en que la visitó el presidente de los EE. UU.
Hallar las historias tiene que ver, precisamente, con lo que se llama, puertas adentro, ‘olfato periodístico’. Pero lo que generalmente no se dice es que el tal olfato es, en realidad, una forma de sensibilidad. Sensibilidad social, pero también literaria. En el caso de la crónica, ante todo literaria.
Castaño sabe manejar con maestría, sutileza y humildad los hilos de sus historias. Sabe darle un toque personal a todos los insumos técnicos de la crónica: el punto de vista personal, la selección narrativa de las escenas, el dibujo plástico de los personajes.
Y puede lograrlo porque echa mano de una de las mejores armas del periodismo: el compromiso íntimo con los temas que trata. En sus historias se siente, aunque él no lo diga, que el narrador le interesa profundamente la gente de la que está hablando.
Del mismo modo que opera un escritor de ficción, Castaño sabe manipular con las palabras las delicadas fibras emocionales del lector. Lo trabaja con humor, con inteligencia, con humildad, hasta ponerlo de su lado.
Esa comunión oscura, misteriosa, que logra un texto con una sensibilidad lectora es exactamente la misma que despierta la literatura. Pero con un plus: que los lectores podemos continuar la historia, que los lectores somos también los protagonistas.