Calor inusitado, inundaciones, sequías y huracanes cada vez más frecuentes e intensos. Cuando se estrechan las opciones para negociar un pacto mundial contra el cambio climático, la ONU insiste en señalar la emergencia de “condiciones extremas”.
Una mirada al clima global da señales de esas “condiciones extremas”. En los Andes sudamericanos, las nevadas del actual invierno austral fueron tan intensas que mataron a cientos de personas. Pero, al mismo tiempo, los glaciares peruanos y bolivianos se derriten irremediablemente.
En Pakistán y otras regiones de Asia central, prolongadas lluvias torrenciales causaron inundaciones igualmente mortales.
En toda Europa y en América del Norte, el presente verano boreal azota con temperaturas elevadas, de más de 35 grados, que se mantienen constantes.
En Rusia, la prolongada canícula, con jornadas de hasta 40 grados, junto con una sequía extrema, provocó a finales de julio y principios de agosto incendios gigantescos alrededor de la capital y en otras seis regiones del país, obligando al Gobierno a declarar el estado de emergencia.
El calor, la sequía y el fuego mataron a unas 2 000 personas, destruyeron miles de viviendas y unos 10 millones de hectáreas de cultivos. “El techo de la casa de la humanidad está ardiendo”, dice un activista ambiental.
Según la agencia espacial estadounidense (NASA), las altas temperaturas medias registradas entre marzo y junio en el planeta hicieron historia: fue el período más caluroso registrado en los últimos 130 años. Aparte de las catástrofes, el calentamiento global tiene otras consecuencias desastrosas. En Europa, gobiernos y empresarios temen que la canícula y la sequía conduzcan a enormes pérdidas agrícolas.
La cosecha de granos y cereales de este año se perderá en un 10%, unos 25 millones de toneladas, dice Ludwig Höchstetter, uno de los comerciantes de productos agrícolas más importantes de Alemania. Estas pérdidas representan escasez de alimentos, alza de precios e inseguridad alimentaria.