En los Estados Unidos, la clase media se averguenza de haberse empobrecido. Golpeada por varios frentes, el inmenso colchón que aguantaba los ajustes de impuestos, las curvas del desempleo y las alzas del petróleo lucha por no bajar al escalón donde se encuentran los pobres.Muchos no han logrado sostener su estilo de vida y el sueño americano se les hizo agua cuando el banco les quitó sus casas y les obligó a irse del barrio, a vivir con un familiar, con amigos y hasta empacar lo necesario para vivir en el automóvil, como ocurrió en Ventura, California.Allá se lanzó un programa piloto que permite en las noches aparcar el carro en la calle y dormir. Y no son inmigrantes los que llenan las calles con sus furgonetas o autos, son los vecinos que perdieron sus casas.Otros todavía se sostienen en casa pero han reducido sus gastos: no hay vacaciones, no se come afuera, no se va al cine, no se compra ropa, se adquiere lo mínimo en tiendas de un dólar y se convence a los hijos que en vez de una universidad pagada vayan a una pública.De esto hablan y hasta se les llena los ojos de lágrimas, pero no quieren fotos ni los nombres completos. “Para qué aumentar la verguenza, mi hija dice que con Internet ahora me pueden ver en todas partes”, dice Brianna, quien vive en las afueras de Washington DC y que ahora toma bus para ir al trabajo, porque tuvo que vender su carro.“No podíamos pagar por dos autos. Ahora solo maneja mi esposo porque su trabajo está más lejos. En dos años mi hija tiene que ir a la universidad, quiere ir a George Washington University, pero talvez debe elegir una pública y buscar un trabajo de medio tiempo, porque la prioridad es pagar la casa”.En esa misma misión también está Víctor García, quien sí dio su nombre. “Qué más da, aquí en Phoenix lo hemos perdido casi todo”, señala refiriéndose a la Ley de Inmigración 1070 de Arizona que solo fue un golpe más a la economía.“Cuando vine de México empecé lavando platos. Con mucho esfuerzo logré montar mi empresa de cuidado de jardines. Compré una linda casa por USD 190 000 y eduqué a mis hijas. El dinero alcanzaba para ir de turismo a Las Vegas y Disneylandia y una vez al año a México. Todos los domingos comíamos en un buen restaurante”. Así eran los buenos tiempos de los García.“Hoy estoy que a mi casa la pierdo y no la pierdo. Dejé de pagarle al banco para tratar de refinanciar mi crédito. Mi vivienda ahora apenas vale USD 80 000 y eso que tengo suerte, porque la lista de amigos y clientes que se han quedado sin nada es larga. Tenían casas de USD 200 000, el banco les quitó y las vendió en USD 45 000”, dice García.Las cifras de Umon New Day Center, el albergue más grande del estado de Arizona, hablan por sí solas: en un 30% aumentó en los últimos cuatro meses el número de familias que viven bajo ese techo. “Tienen verguenza, haberse empobrecido para ellos es un fracaso”, cuenta el fotógrafo Parker Haeg.La clase media pierde su lustre en EE.UU. Esta alerta no es nueva, viene desde años atrás cuando las deudas por la educación universitaria de los hijos se dispararon al igual que los reportes de no pago de las tarjetas de crédito. A esto ahora se suman los embargos de las viviendas, que como un huracán azotan a todo el país.Unos 43,6 millones de estadounidenses viven bajo la línea de pobreza, cuatro millones más que en el 2008, según el último reporte del censo. “Cuando ya no tienes un techo sobre tu cabeza, lo que te espera es la calle y eso es como entrar a una vida en la que nunca sale el sol”, señala Brianna, cuya prioridad, incluso sobre la dieta familiar, es el pago de las cuotas de la casa.Entre el 2007 y el 2009, según el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano, las cifras de las familias que están viviendo en un albergue se incrementó de 130 000 a 170 000. Cientos de miles más viven arrimadas en la casa de los padres, hermanos u otros familiares. Ese es el nuevo fenómeno social: viviendas multifamiliares.Las cifras serían peores si el Gobierno no habría destinado USD 1 500 millones para evitar una explosión de familias sin techo. Así se logró evitar que más de medio millón de padres estén rodando con sus vástagos en las calles. La otra cara de la moneda muestra la ironía de la mayor potencia del mundo: el 1% de los más ricos mejoró sus ganancias en un 8% en tiempos de recesión.Por otro lado, la cobertura de salud es una de las necesidades que está pagando su precio en este tiempo de recesión. Unos 50,7 millones de estadounidenses no tenían cobertura el año pasado. La pérdida de empleo significa la cancelación inmediata del seguro médico y, con ello, más problemas para las familias.El promedio de pago por una hora de trabajo era de USD 15. Hoy si los desempleados tienen suerte de conseguir otro trabajo apenas ganan entre USD 7 y 10 la hora. Muchos tienen que aceptar esta nueva realidad económica del país. La asistencia que da el Estado por desempleo y los cupones para alimentos evitaron que unos tres millones de personas caigan bajo la línea de pobreza, pero la ayuda por falta de empleo tiene límite de tiempo y si no consiguen un trabajo acabarán en la calle. OLGA IMBAQUINGO, Corresponsal en Washington