Si cierras los ojos,todo lo que escuchas es música

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Rubén Darío Buitrón

Enviado a Nueva Orleans

Camina despacio. Cierra los ojos. Déjate llevar. Percibe. Siente. Escucha.

Basta andar las calles de Nueva Orleans. No es necesario que entres a un bar, un restaurante o un café concert.

Es como si el jazz bajara del cielo nocturno que cubre French Market Place.

Como si emergiera del subsuelo de Hermann Grima House.

Como si brotara de los árboles de Cabrini Park.

Como si, de pronto, te abrazara el espíritu de Louis Amstrong, el más importante trompetista y cantante de música negra nacido aquí, el 4 de julio de 1900.

La experiencia de sentir los sonidos de las calles es un consejo de Paul Hunter, un diseñador de interiores sesentón.

Nativo de esta ciudad, Hunter asegura que es cierto aquello de que si uno cierra los ojos escucha música.

Y es cierto. Lo ratifica Federica Balloni, periodista italiana que viene cada año, en la temporada de verano, para nutrirse de la cultura e historia de esta ciudad:

“El espíritu que anima a N.O. es jazz puro -comenta-. Y así como el corazón del jazz es la improvisación, en cada calle puedes encontrar una fusión de influencias, de temperaturas, de sentimientos, del pulso de la vida”.

El sonido del jazz no es un solo sonido. Es múltiple, tan múltiples como son las herencias de las improvisaciones en las calles del barrio francés, en las orillas del río Misisipi, en los ecos de las celebraciones del legendario carnaval del Mardi Gras.

Porque Nueva Orleans y el jazz no solamente son Louis Amstrong, Charlie Parker, Duke Ellington, Dizzie Gillespie, Buddy Bolden, Jelly Morton, Count Basie...

Nueva Orleans y el jazz son cada una de las esquinas por donde caminas y por donde escuchas decenas de Amstrong, de Parker, de Ellington, de Gillespie...

Nueva Orleans y el jazz son la riqueza y la magia de la trompeta, el saxofón, el clarinete, el trombón, el bajo, los tambores.

Y abres los ojos y entiendes que no son solo percepciones porque ahí están los manantiales de energía creativa en St Peter, en Bourbon Street, en Ursulines Avenue, en Royal Street.

¿Será la brisa del río? ¿Será la combinación de ritmos suaves y bebidas duras? ¿Serán las voces históricas de la insólita mezcla de culturas francesa, española, holandesa, africana, canadiense?

“A nosotros nos ocurren muchas tragedias”, reflexiona Horace Waller, sentado en una banca del parque Holdenberg, en las orillas del Misisipi.

Waller recuerda el impacto no solo del trágico paso del huracán Katrina en el 2005 sino de muchas otras tormentas, tempestades, inundaciones.

Recuerda también cómo los gobiernos de su país han descuidado e ignorado los graves problemas que se viven acá en el estado de Louisiana.

Pero no importa, dice Waller. Porque estas calles y avenidas y parques y plazas y rincones inundados de sonidos te hacen olvidar el dolor.

Porque el dolor se vuelve música, como en música se convierten la tristeza, la nostalgia, el paisaje, el clima, el amor y la alegría.

Y no necesitas pertenecer a una banda profesional para construir armonías, ritmos y sensaciones.

No necesitas ser el artista principal de las noches en Maison Bourbon, un emblemático bar-restaurante dedicado a la preservación del jazz.

Te basta -lo dice Willam White- reunir a tus amigos, juntar trompetas y clarinetes, pararte en una esquina y tocar, simplemente tocar, tocar, tocar...

En la calle Decatur escuchas el talento del trío integrado por una vietnamita y dos negras.

Y más allá, en la esquina de las calles Dauphine y Saint Louis, miras a Sara Love, de 72 años, instalando sobre una vereda su sintetizador para hacer música de bicicleta, como ella la denomina.

Y más acá, entre Chartres y Conti Street, miras pasar a Johny Williams cargando una guitarra y tarareando un “blues”.

Y vuelves a cerrar los ojos y sientes y percibes y respiras y escuchas y nunca más Nueva Orleans dejará de sonar en tu alma.

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