Conforme declina el sol, pareciera que dos grandes serpientes de piedra, de afilados colmillos, se movieran.
Con sus fauces abiertas, los míticos animales descienden por dos pendientes del gran castillo maya de Chichén Itzá, estado mexicano de Yucatán.
Al palpar las descomunales cabezas se establece una conexión con el pasado. Un hechizo centellante que lleva al tiempo remoto del esplendor de Chichén Itzá, la ciudad maya de guerreros, sacerdotes y agricultores. La cultura maya tiene 3 000 años de historia.
En lengua maya, Chichén significa boca de pozo e Itzá, brujos de agua. Acaso porque en esta selva ardiente abundan los cenotes, amplios pozos esféricos, como luna llena, que se comunican con el mar.
De esos pozos de 60 m de diámetro y paredes de 15 m, los mayas extraían el agua dulce, sacrificaban a doncellas y enemigos y escondían piezas de oro y jade en sus aguas de 13 m de profundidad.
En la gran explanada se yerguen, desafiando al tiempo, el castillo, el templo de los guerreros de las 1 000 columnas, la cancha de juego de pelota, concebida para la práctica de un misterioso ritual, y un mercado de columnas circulares.
Los turistas de todo el mundo caminan por las columnas tratando de captar la energía de los sabios mayas, grandes astrólogos y arquitectos. A cada paso, el asombro no da respiro: los templos más pequeños, acaso las moradas de los antiguos caciques, parecen mausoleos, escoltados por tigres o jaguares de piedra.
Sin embargo, hay un hecho sorprendente que muestra el ingenio maya: al situarse al pie del castillo, en dirección a una gran ventana de la cúspide, y aplaudir el eco reproduce, nítido, el canto del quetzal, el pájaro sagrado, con plumas de arcoiris. “Esto no imaginé ni en sueños”, dice la guayaquileña Elena Velarde, de 23 años.
“Llegué a Cancún, estado de Quintana Roo, de ahí tomé un cómodo bus de las líneas ADO y tras cinco horas de pasar por pueblitos selváticos llegué a esta maravilla”. Sí, Chichén está entre las maravillas del mundo. El castillo tiene 7 triángulos isóceles. Las serpientes se mueven más en los días equinocciales (finales de marzo), cuando se anuncian las lluvias que germinaban el maíz, base del alimento maya.
El castillo se asienta sobre una base de 55,5 m de ancho y una altura de 24m. Cada lado de la pirámide tiene una gran escalinata -91 escalones por lado y uno más que lleva al templo superior, lo cual suma 365 escalones, uno por día del año. Las serpientes son las efigies del dios Kukulcán, el hacedor. El sol se proyecta en los pretiles o balaustradas y al paso de las horas las sombras bañan las serpientes que descienden del cielo a la tierra trayendo la lluvia. Ilusión. Albur. Sueño. Mito. Todo confluye al caminar por el bosque pétreo de los guerreros insomnes.
El gran castillo. En esta pirámide de 7 triángulos isóceles hay 365 escalones, uno por cada día del año.
La serpiente emplumada. Representa a la efigie del dios Kukulkán. Las cabezas están en la base del castillo.
La cancha. Éste juego era un rito de iniciación, muerte y renacimiento que legitima la acción militar y el poder político.