Líder indiscutido de la Iglesia Católica en Cuba, el cardenal Jaime Ortega y Alamino, de 73 años, guarda tras su sonrisa permanente y modales suaves una mano firme y paciencia de Job, que lo hicieron acreedor de la llave de las prisiones políticas de la isla del caribe.
Sacerdote a los 28 años, obispo a los 34, investido con el capelo cardenalicio a los 58 por el papa Juan Pablo II, el segundo cardenal en la historia de Cuba instaló un inédito diálogo con el presidente Raúl Castro el 19 de mayo, sobre presos políticos y otros asuntos.
Ortega enfatiza que el diálogo es “entre cubanos”. Sus declaraciones en abril, en la que desaprobaba el asedio de seguidores del Gobierno a las Damas de Blanco, familiares de presos políticos, le abrieron la puerta como interlocutor con las autoridades, que terminó el hostigamiento a las marchas públicas de las mujeres.
Como éxito contundente de su mediación, el cardenal logró el miércoles el compromiso de Raúl Castro de liberar gradualmente a 52 presos políticos. Ese puente es un reconocimiento a la paciente labor de Ortega, que llevó a la Iglesia a cambiar la confrontación por el diálogo y el enclaustramiento en los templos por ir ganando pequeños espacios sociales durante el período de fuerte liderazgo de Fidel Castro.
Se le atribuye un gran sentido del equilibrio para unir a la Iglesia dividida entre jerarcas inmovilizados por el resentimiento y religiosos partidarios de la evolución. Entre sus cicatrices guarda haber cumplido el servicio militar en 1967, interrumpiendo su ministerio sacerdotal, en las llamadas UMAP, unidades donde el Estado ateo destinaba a creyentes, homosexuales y desocupados.
De joven, con un rostro que recordaba a Marlon Brando, estudió en Canadá y se insertó en una iglesia bajo fuerte influencia de su similar española con ayuda financiera de la de Estados Unidos, a la que le imprimió un fuerte sabor nacional, que va desde el uso de guayabera hasta la aproximación con cultos sincréticos.
Ortega es arzobispo de La Habana desde 1981 y su labor no ha sido nada fácil. En 1964 fue encarcelado por el Gobierno comunista y obligado a realizar trabajos forzosos. Desde entonces ha buscado que se respeten los derechos humanos de los cubanos. Su labor se ha comparado con la del joven Karol Wojtyla, quien defendió la identidad cristiana de Polonia durante la época soviética.
Además de luchar por la libertad en Cuba, Ortega, como Juan Pablo II, denuncia que el “hipercapitalismo” no es la solución al comunismo. La liberación de presos es quizá su logro más importante, ya que podría llevar una mayor libertad a la isla que sigue sin respetar los derechos humanos.