Omar Rincón,
Para Siete Días
El Mundial de Fútbol es sobre todo el reino de la televisión. Cada país ve las mismas imágenes. Pero se narra y comenta distinto porque se juega, se narra y se disfruta como se vive.
“Para la enorme mayoría, un partido de fútbol no era algo que se viera de primera mano sino el relato de alguien (‘) Entonces el fútbol era puro texto; ahora se mira”, escribe Martín Caparrós en el mejor blog del mundial: Jugadas de pared, Una conversación entre Juan Villoro y Martín Caparrós; que se encuentra en www.soho.com.co.
Televisivamente, el Mundial no tuvo nada especial; más bien fue aburridito en lo visual. Solo nos quedarán como memoria las vuvuzelas, que recordaremos como el sonido ambiente de África. Pero ante la uniformidad FIFA, cada país se las ingenió para producir un mejor espectáculo televisivo y de goce público.
En Alemania pasó lo mejor, porque se transmitieron solo los partidos, no hubo comerciales ni en los intermedios; solo fútbol, reportajes y pura fiesta nacional.
En Francia se le puso publicidad en los intermedios y se hizo un relato sin emoción ni contenido. En Holanda la publicidad fue en los intermedios e hicieron unos excelentes programas de análisis. En España se mostraron los fanáticos apasionados del Madrid o el Barça. En Argentina, sólo importaron ellos.
Aunque, claro que el mundo vio lo mismo: un fútbol en el cual la pelota sale para cualquier lado. El disfrute del verlo es lo que cuenta. La fiesta fue y es local. Nos organizamos para pasarla bien.
En Francia todos fueron al televisor esperando culpar a Domenech, el técnico. Y esa amargura se confirmó. Y todo se volvió bronca y malgenio. Y ya nadie quiso ir a los cafés, ni a los bares a ver el Mundial. Solo importaba Francia. Y fracasó. Todo mal.
En Alemania, la fiesta estuvo plena: banderas, orgullos de calle y casa, bares y plazas, y estadio olímpico para ver el partido de su selección y todos los demás. Se bebía cerveza, se era feliz, se gozaba cada pelotazo, se sentía bien siendo alemán. Cuando Serbia les enturbió el alma, solo dijeron “shaisen”. Saben ganar. Saben de paciencia.
En Holanda se lució el color de la corona de orange en bares, restaurantes, almacenes de diseño, plazas, corazones. Nadie se quedó en casa. Todos fueron a un sitio público a ver, a gozar, a beber el partido. Toda una fiesta de la identidad. Se gana, se goza, se sueña en buena onda. Se disfruta mejor que como se juega.
En Ecuador y Colombia, todos en las casa, y no se vio fútbol sino publicidad y comentarios de retórica desabrida y narración insípida; para nada se va a un bar o a un parque, porque eso puede terminar en borrachera y gresca; entonces mejor en casita.
Caparrós concluye en el blog que escribió a dos manos con Villoro: “El público de carne y hueso es una especie en vías de extinción (‘) en cuanto la FIFA y las televisoras puedan replicar al público con un programa de efectos especiales, cerrarán las tribunas y serán felices”. Porque la tele es la reina del Mundial y el fútbol es un negocio televisivo.