Santiago Estrella Garcés,
Corresponsal en Buenos Aires
Siempre los porteños me preguntan por qué se me ocurrió vivir en Buenos Aires. Es una pregunta significativa. Muchas veces quedo en silencio. En otras, trato de ser como el escritor español Ramón María del Valle Inclán e invento aventuras que expliquen por qué estoy aquí. Pero lo único cierto es que Buenos Aires es una ciudad que fascina y es algo así como un ideal de muchos: el tango, La Bombonera, el Obelisco, San Telmo y Palermo, el rock, las librerías, el teatro. En fin, son tantas cosas.
Se me ocurre que es una fascinación que ejerce desde el momento en que se pronuncia su nombre. Hay ciudades que son así. Por ejemplo: Nueva York o Dublín, Londres o Milán.
Este es Buenos Aires -o Baires si se tiene pereza. Suena bien en cualquiera de sus formas. Pero escuchando bien, no solo es el nombre sino su estética, forma de ser, de sufrir. Hasta podría decir que en cada ciudad hay una forma de caminar.
Por ejemplo, en Buenos Aires hay que caminar mirando al piso. Yo pensaba que esa era una forma muy quiteña para evitar caer en las alcantarillas, cuyas tapas fueron robadas o porque las veredas son tan incómodas, llenas de gradas y autos, por lo que ir por el asfalto siempre resultará más cómodo a pesar del peligro.
En Buenos Aires además hay que brincar frecuentemente para evitar la caca de perro. Es como jugar a una rayuela perversa, cuyo cielo es llegar a la casa sin ese desagradable olor del que se debe disimular como si uno se echara un pedo perpetuo.
Sí, Buenos Aires puede ser como cualquier metrópoli: aglomeraciones y el ‘subte’ (metro) a reventar en las horas pico, a tal punto que parece no tener límite en su capacidad de convertirnos en sardinas, y también edificios altos (unos parecen neoyorquinos, otros parisinos, algunos ingleses y hay aquellos propiamente porteños, como los que dibuja Quino en Mafalda).
Pero hay días en que harta. “No me gusta, lo detesto, no se puede vivir acá”, dice Gladys. Había tenido un día de aquellos a los cuales los porteños han debido irse acostumbrando: la protesta social. Literalmente todos los días hay por lo menos una marcha. Generalmente son dos, tres, cuatro’ 10.
Las calles se cortan, los desvíos congestionan, se llega tarde al trabajo y es peor todavía el regreso.
Son muchos los piquetes (protestas callejeras). Cantan como si estuvieran en un partido de fútbol. Están con banderas de su organización y el infaltable bombo. No hay marcha sin bombo, tan argentino como el mismo asado.
El bombo como arma de la protesta social apareció aquel 17 de octubre de 1945, cuando espontáneamente desde todas las ciudades del conurbano bonaerense (la cintura que rodea a la capital) llegaron miles de manifestantes para pedir la liberación de quien será su gran conductor hasta el día de hoy, aunque murió en 1974: Juan Domingo Perón.
Pero el bombo ya no es exclusivamente peronista, aunque quizá Perón no se equivocó: en Argentina “todos somos peronistas”.
Lo curioso es que en esas movilizaciones se canta contra ‘la yuta’ o la “maldita policía”. Lo curioso es que los piqueteros tienen su propia fuerza de seguridad. Y no es agradable la imagen: están encapuchados y con tremendas macanas. Marchan en fila, reciben órdenes de su sargento. Y están ahí. Intimidan. Nadie se atreve a decirles nada.
Nada será Buenos Aires sin su Obelisco. Pensar que cuando lo construyeron, en 1936, era un armatoste que arruinaba la ciudad. Ahora no solo es el lugar en donde todos deberán tomarse una foto por lo menos una vez en su vida y que en cuya punta se guarda un secreto, sino que es el centro de toda la creatividad argentina.
Cuando Charly García reaparecía luego de su larga ausencia por adicción, colgaron de él un gran brazalete con su distintivo “Say no more”. Pero nada como lo que hicieron los organizadores que luchan contra el VIH: ese enorme condón rosa que asombró a todos los porteños.
Buenos Aires, Baires o simplemente Capital. Llámese como se llame, no es solamente la capital argentina, sino una de las capitales del mundo. Quizá por eso dicen que cruzando la General Paz (la autopista que la circunvala) el país cambia. Y otra razón no hay.