Juan Martínez, su esposa y sus cuatro hijos viven como otras 3 000 personas en viviendas improvisadas en terrenos baldíos que ocupan en un barrio pobre de Buenos Aires, donde construyen una nueva villa miseria ya bautizada Papa Francisco.
Pese a la amenaza judicial de desalojo, el martes un sacerdote de la vecina barriada Villa 20 bendijo el flamante asentamiento ilegal ubicado en el sudoeste de la capital.
“Francisco es uno de los pocos que nos apoyó a la gente humilde, antes y después de ser papa. Es un hombre de paz y esperanza, entiende a los pobres. Hace 20 años que pedimos una vivienda decente ” , asegura uno de los delegados de la villa, Emanuel Ríos, de 26 años.
Aunque el Banco Mundial saludó recientemente los avances de Argentina para bajar los índices de pobreza y desempleo, el déficit habitacional es alarmante.
“Quiero quedarme acá para levantar una casa” , dice Martínez, un chofer de taxi de 44 años que pidió licencia a su jefe para poder defender un pedazo de tierra ocupado por la fuerza.
“Acá estamos bien” , asegura este paraguayo radicado en Argentina desde hace 20 años, mientras aupa a su hijo de 11 meses que sonríe con la cara cubierta de picaduras de mosquitos.
Su esposa de 28 años, que trabaja en una agencia de lotería cercana, está en la cama dentro de la precaria vivienda, mientras los tres hijos más grandes miran televisión en un aparato colocado sobre un tronco de árbol, conectado a un cableado pirata.
Antes alquilaban un monoambiente por unos 1 500 pesos (unos USD 190 ) en la Villa 20. “No podíamos quedarnos donde estábamos, cada vez que llovía fuerte se inundaba y teniamos agua hasta la rodilla” , dice Martínez.
En la nueva villa, las familias demarcaron con palos y sogas lotes de cuatro o cinco metros de lado.
“Queremos que nos den el terreno para construir una casa. Hasta ahora vivíamos en casa de mi suegra de cuatro ambientes, 17 adultos más los niños ” , dijo María de los Dolores, una argentina de 19 años, sentada en un taburete de plástico.
Con trabajo, pero sin techo
Al igual que Martínez, la mayoría de los ocupantes ilegales trabajan.
A unos 50 metros, un panadero casado con una empleada doméstica y sus cuatro hijos fueron desalojados por el propietario de un pequeño apartamento de 20 m2. Los ocupantes de la flamante villa podrían ser echados del lugar, pero días atrás, cuando la policía metropolitana intervino, fue frenada por una muralla de mujeres con niños en brazos.
En la capital argentina, más de 163 000 de los tres millones de habitantes viven en unas 15 villas miseria, según el último censo de 2010, 52% más que en 2001, cuando se produjo la más grave crisis económica y social del país y el índice de pobreza se disparó a 57,5%.
“En los últimos años cayó la tasa de desocupación (a 6,4%). Pero los problemas habitacionales se agravaron porque el nivel salarial no permite ingresar al mercado inmobiliario formal” , explica la socióloga Mercedes Di Virgilio, alertando sobre la falta de viviendas sociales.
Esta experta de la Universidad de Buenos Aires destaca que seis de cada diez inmigrantes que llegan de los países limítrofes y Perú se instalan en las villas. Sin embargo, descarta que el crecimiento de los asentamientos ilegales se deba a la inmigración incontrolada ya que esa población “ es de sólo 4,5%” .
La Villa 31, con 26.000 habitantes, es la más impactante por estar en el centro de Buenos Aires, cerca del acomodado barrio de Recoleta.
La autopista urbana Illia serpentea entre los edificios de cuatro y cinco pisos, construidos de ladrillo, madera y chapa, en una barriada que se extiende a lo largo de las vías férreas, cerca de la Estación Retiro y del puerto sobre el Río de la Plata.
“La Villa 31 está ubicada en el lugar más caro y estratégico de la ciudad ” , dice Marina Klemensiewicz, secretaria de Habitat e Inclusión Social de Buenos Aires, un verdadero negocio para los que se aprovechan de la informalidad y cobran alquileres exhorbitantes.