El triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva, el domingo 30 de octubre en las elecciones presidenciales de Brasil, por un estrecho margen sobre Jair Bolsonaro, ha generado una serie de análisis.
Entre las dudas que surgen a raíz de los comicios están las causas del triunfo de Lula y si podrá repetir los éxitos económicos y sociales que tuvo durante sus dos primeros mandatos.
¿El triunfo de Lula obedece a la ley del péndulo, que lleva el poder de un lado al otro del espectro ideológico?
Es producto, por una parte, del desgaste de un gobierno, sea aquí, en EE.UU., en Europa. Es natural; digamos, cuando los sistemas democráticos están fuertemente enraizados, se produce un movimiento pendular que puede ir variando en el tiempo, según la aceptación de un régimen; puede ser un período, dos periodos. Eso se puede dar.
Pero lo que pasa en el caso brasileño en particular es que tiene algo que va más allá, porque tenemos a un Presidente en funciones y es la primera vez que alguien en esa posición pierde una reelección. Y también es la primera vez que un expresidente es elegido para un tercer período presidencial en Brasil. Entonces, ambas cosas rompen con la simple explicación pendular.
¿Y qué es ese más?
No nos olvidemos que el gobierno de Bolsonaro ha estado marcado por una fuerte polémica. Un gobierno confrontador con los otros poderes del Estado, con la oposición; en una línea de cierto populismo con tintes autoritarios que, de alguna manera, recuerda la forma en que se manejaba Donald Trump, en EE.UU.
Tuvo algunos manejos que, de alguna forma, debilitaron su posición. Entre ellos, la pandemia; Brasil fue uno de los países más afectados por la pandemia a nivel mundial, con un Presidente que se negó a aceptar la existencia del covid, que cuestionó, incluso, la vacunación; no solo ralentizó la respuesta estatal, sino que generó muchos cuestionamientos de lo que nunca se hizo cargo.
Ligado a este asunto de la pandemia, tenemos dos situaciones que son de carácter global, que han afectado a gobiernos sean de derecha o de izquierda en todo el mundo y que incluso han generado cambios políticos. Y esto tiene que ver, por un lado, con la forma en que se desaceleró la economía debido a la pandemia.
Ligado con esto, una de las estrategias que se aplicó al empezar a salir de la pandemia fue meter más dinero en el mercado (en EE.UU., por ejemplo), y estas inyecciones de dinero han terminado generando en muchos lugares procesos inflacionarios, que se ven profundizados por la guerra en Ucrania.
La guerra incide en esto aumentando el precio de los hidrocarburos (petróleo, gas), generando menor disponibilidad de fertilizantes, trigo. Y todo eso se ha juntado en un escenario global que es de recesión.
Entonces, si juntamos el manejo interno de la pandemia en Brasil, más la situación global, más la polarización que se generó por el modelo político de Bolsonaro, todo esto se fue juntando en un coctel que deriva en un expresidente que llega por tercera vez al poder.
¿Puede Lula repetir el éxito de sus anteriores mandatos?
Las condiciones a nivel de comercio global permitieron que esa izquierda latinoamericana de hace 15 o 20 años se pudiera posicionar favorablemente en la región. Hubo una bonanza en las materias primas que permitió un enorme gasto público y un crecimiento de las clases medias, sostenido a través de la inversión estatal, en modelos más o menos keynesianos.
En el caso ecuatoriano es clarísimo lo que representó la inversión pública. Y este fue un fenómeno regional. Entonces, no estamos en ese escenario. Uno de los elementos de los que también se ha hablado que favoreció la reelección de Lula fue esa suerte de añoranza por la época de bonanza de sus dos primeros gobiernos.
Pero esa bonanza respondía a una realidad global que ahora no está presente. Entonces, quienes esperan una situación semejante, hoy por hoy se van a encontrar con la sorpresa de que ese no es el escenario.
¿Puede Brasil retomar su papel de líder regional?
Esa es una discusión un tanto distinta. Y tiene que ver con nuestra incapacidad endémica de generar procesos reales de integración. Incluso cuando hubo esta marea roja en la región, se intentó estructurar una Unasur y una Celac, como una suerte de OEA, sin Canadá ni EE.UU., y ya vemos en qué terminó la Unasur.
La Celac no pasa de ser un foro casi irrelevante. Entonces, ahí hay algo más y tiene que ver con el hecho de que no hemos sabido estructurar procesos técnicos de integración. Siempre fueron procesos que han ido de la mano de una posición ideológica. No hemos madurado procesos de integración de largo aliento, entre todos nosotros.
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