Irreverente e irónica, juguetona con la jerga del barrio. Coloquial y fresca. Así es la poesía de Fernando Artieda, escritor que falleció el 15 de abril.
Contagiados de noche y bohemia, sus poemas cantan al amor, a los hijos, a su Guayaquil, a la música, a figuras como Julio Jaramillo y Marilyn Monroe: “Luciérnaga rencorosa/todavía me jodes en la vida/te prendes y te apagas/”, (‘Seco y volteado’, 2009).
Sus versos hilvanan una poética popular, próxima a la gente.
Santiago Vizcaíno, joven poeta, dice que para hablar de poesía “popular” en el Ecuador hay que hacerlo con mucha cautela, porque ya de por sí el término es desmedido. “De lo que sí podemos hablar es de la introducción deliberada de elementos populares dentro de la obra de ciertos autores ecuatorianos. Además, se debe advertir que lo popular se confunde con la idea de lo coloquial”.
En la visión de Vizcaíno, los casos de Euler Granda y Fernando Artieda son particulares, porque hay, además de la utilización del lenguaje coloquial, una intención política, una necesidad de denuncia que adquiere contundencia social.
Vizcaíno reconoce el valor de los poetas más jóvenes de hoy como Luis Carlos Mussó, César Eduardo Carrión, Ernesto Carrión, Juan José Rodríguez, entre otros, “quienes se acercan, desde su particular perspectiva, a lo mejor de nuestra poesía “culterana”. “No ha habido, ni hay, al menos que yo conozca, autores recientes que se asuman desde lo popular y desde su diversidad. Existe sólo una suerte de mirada contemplativa, distante, de este fenómeno”.
Fernando Balseca, poeta y catedrático, explica que Artieda obedece a ese importante afán de recuperar para la poesía elementos de las hablas populares. “Hay un esfuerzo interesante por hacer que la letra y algunos ritmos populares de entonces, como la salsa y el son, sean parte también de la poesía”. Su obra significó un esfuerzo importante por renovar los esfuerzos de la poesía, dice.
A su vez, el poeta Jorge Martillo Monserrate sostiene que el habla popular va cambiando constantemente. Se transforma. Es un poco inmediatista.
Incluso, es muy activa en la coba, como se llama al lenguaje popular en la Costa. “El habla es lo que le da vida al lenguaje”.
Sobre el uso literario de ese lenguaje, Martillo recuerda que fue una tendencia fuerte en los setenta y ochenta, a partir de talleres de literatura que se dieron en Guayaquil. Allí estuvieron Fernando Nieto, Héctor Alvarado, Edwin Ulloa, entre otros.
“Debe haber personas interesadas en la búsqueda de ese lenguaje. Sin embargo, creo que la literatura de la gente más joven es hacia lo universal, hacia lo globalizado y puede incluir, o no, ese lenguaje”. Martillo precisa que el habla popular es utilizada, tal vez no mucho en la literatura, pero sí en los textos de reggaetón, en las canciones de rocola, en la salsa.
Cecilia Ansaldo, crítica literaria, explica que siempre ha creído que el lenguaje popular es perecedero y fugaz. Es una materia más inestable y endeble para hacer literatura. Es ese sentido, ella reconoce el aporte de Fernando Artieda, pero aclara que, en dos años, muy pocos sabrán lo que significan muchas palabras y dichos populares. “Esto no significa que los poetas dejen de usar el lenguaje popular.