‘Por eso no levanto mi voz’ / contra el niño que escribe/ nombre de niña en su almohada,/ ni contra el muchacho que se viste de novia en la oscuridad del ropero’/ ni contra los hombres de mirada verde que aman al hombre y queman sus labios en silencio”, escribió el poeta español Federico García Lorca en su Oda a Walt Whitman, en 1930. Seis años más tarde fue fusilado, entre otras razones, por su homosexualidad.
Ayer, 74 años más tarde, a las 04:00, cuando el termómetro marcaba 1 grado en Argentina, 33 senadores aprobaron el matrimonio entre personas del mismo sexo, 27 en contra y tres abstenciones. Así, este país, que tiene dos ciudades reconocidas mundialmente como amigables o ‘friendly gay’ (Buenos Aires y Rosario), se convirtió en el primero de Latinoamérica y décimo en el mundo en tener una ley de matrimonio igualitario (ver breves).Poco importaba el frío y el agotamiento, tras 15 horas de debate en el recinto legislativo. Afuera del Congreso, con manos entrelazadas, los dedos cruzados o abrazados, miles de hetero y homosexuales miraban cómo el marcador electrónico favorecía una lucha que comenzó el 14 de febrero del 2007, cuando en el Registro Civil rechazaron el pedido de casamiento a María Rachid y Claudia Castro. Desde entonces un largo camino judicial terminó en la Corte Suprema, que dentro de poco debería dictar sentencia.
Fue una jornada tensa. El principio y el final del debate estuvieron cargados de pasión, de convencimiento personal. La igualdad ante la ley frente a poderosas convicciones religiosas, el Estado laico frente a la intervención de la Iglesia. Hubo discursos de alto nivel intelectual, pero también ofensas entre quienes defendían una u otra posición.
“Lo contrario a la igualdad no es la diferencia sino la desigualdad, y la democracia es la tolerancia a la diferencia”, dijo el socialista Ruben Giustinani, quien además reveló un dato de la realidad familiar argentina: “un 60% de las familias argentinas no tiene papá y mamá”, principio defendido por los sectores eclesiásticos.
En cambio, Mario Cimadevilla, del partido Radical y en contra de la ley, sostuvo “que no negamos ningún derecho para los homosexuales. Estamos viendo qué lugar les damos. Lo demás es fundamentalismo puro”.
La presidenta de la Comisión de Legislación, Liliana Negre, miembro del Opus Dei y en contra del matrimonio, finalmente lloró. Había propuesto la unión civil y que además hubiera la objeción de conciencia. Es decir: el funcionario público podría negarse a formalizar esa unión si iba en contra de sus convicciones.
El senador oficialista Miguel Pichetto calificó como una cláusula propia de la Alemania nazi: “permite al funcionario que tiene que cumplir con la ley, decir : mire, ustedes son homosexuales, yo tengo repugnancia por ustedes. Conmigo no se van a casar. Vengan la próxima vez con una cinta en el brazo que los identifique como homosexuales”.
Luego de conocer la aprobación la fiesta fue inmensa en la plaza de los Dos Congresos. Hubo besos y llantos. “Yo también podré casarme, podré tener un hijo”, decía un joven caminando como si viviera un sueño del que no quería despertar. Más allá, una mujer religiosa profetizaba su propia pesadilla: “todo acto tiene sus consecuencias. Y no duden que van a tener que pagar sus actos, no solo ustedes en su carrera política sino en sus vidas personales”.
El décimo país
Nueve países habían aprobado el matrimonio entre parejas del mismo sexo. Los Países Bajos (Holanda) fueron los primeros en el 2001. Desde entonces, en promedio, se han casado 2 000 parejas anuales.
Le siguieron Bélgica (2003), España, Canadá y Sudáfrica (2005-2006), Noruega y Suecia (2009), Portugal e Islandia (2010).
En México el matrimonio entre personas del mismo sexo solo es vigente dentro del Distrito Federal.
El matrimonio igualitario también tiene validez en algunos estados de Estados Unidos como Masachussets, Connecticut, Lowa, Vermont, New Hampshire.
En la ciudad de Buenos Aires desde el 2002 está consagrada la unión civil, que extiende algunos derechos.