Los apagones angustian a Venezuela

La inseguridad crece. La noche del martes 16, durante un apagón, la Policía realizó un operativo de control en zonas de Maracaibo.

La inseguridad crece. La noche del martes 16, durante un apagón, la Policía realizó un operativo de control en zonas de Maracaibo.

La carretera que atraviesa los populosos barrios de El Junquito, una de las tradicionales zonas turísticas aledañas a Caracas, ya no luce abarrotada de automóviles y vendedores ambulantes los fines de semana. A los embates de la recesión económica que azota al país sudamericano, que ostenta la mayor inflación del continente, se suman ahora los efectos de los frecuentes racionamientos de agua y electricidad.

“No teníamos mucho asfalto ni transporte público y ahora tampoco tenemos agua, ni luz”, dice Dámaso Jiménez, vecino de la zona, mientras oprimía el interruptor de un ventilador para atenuar el calor. “Nos están racionando hasta el frío”. Al borde de la sinuosa carretera, cuyo mal estado dificulta el tránsito, la mayoría de comercios cierra sus puertas los domingos y otros las abren apenas a media luz para cumplir con el plan de ahorro de electricidad impuesto por el Gobierno en la capital, como parte de una serie de medidas de emergencia.

El fenómeno climático de El Niño, que ha elevado las temperaturas en algunos países causando una prolongada sequía, ha empeorado la delicada situación eléctrica que vive Venezuela desde el 2008, año cuando comenzaron a producirse grandes apagones nacionales.

El habitual clima de montaña de El Junquito, buscado por muchos caraqueños como distracción de fin de semana, ya no se percibe sino hasta la noche, cuando la luz azul de los bombillos ahorradores que ha repartido el Gobierno se mezcla con la penumbra de algunos tramos sin alumbrado público.

Debido a que la mayoría de viviendas de los barrios pobres de Caracas no tiene medidor eléctrico, la sustitución de los bombillos incandescentes por ahorradores es una solución parcial a los altos niveles de consumo que no pueden ser controlados en estas extensas y pobladas zonas.

Las grandes marañas de cables formadas por tomas ilegales de electricidad en las entradas de los barrios de Caracas no parecen haberse reducido en medio de la crisis energética, que está mermando la popularidad del presidente Hugo Chávez de cara a los comicios legislativos en septiembre. La Electricidad de Caracas, estatizada en el 2007, tiene bastante presente que “la luz eléctrica es un derecho humano”, según señala su presidente, Javier Alvarado, quien anunció en enero la instalación de medidores a 220 000 nuevos usuarios.

Pero aclara que “hablar de robo eléctrico es cuestionable”. En su afán de instaurar un modelo socialista de propio cuño, Chávez ha nacionalizado desde multimillonarios proyectos petroleros, empresas de electricidad, la mayor siderúrgica del país y uno de los principales bancos, hasta redes comerciales.

Las medidas de emergencia dictadas por Venezuela para atenuar el veloz drenaje de los embalses hidroeléctricos, de los cuales depende un 70% de su energía, involucran aumentos tarifarios y la suspensión indefinida del servicio a quienes no reduzcan su consumo en al menos un 20%.

Además de culpar a El Niño, Chávez dice que los gobiernos que le precedieron desde su llegada al poder hace 11 años fueron ineficientes en atender al sector eléctrico. Pero sus detractores afirman que la incapacidad y la corrupción de su gestión han puesto al país al borde de un colapso. Viviendas, comercios e industrias ensayan todo tipo de medidas para subsanar un déficit eléctrico que se calcula en 1 670 megavatios (MW) y que podría llegar a 5 000 MW si la cota del embalse Guri, el principal del país, baja hasta 240 metros sobre el nivel del mar, para lo que faltan unos 12 metros.

“Ya no vendemos pan canilla (pan baguette) porque estamos apagando los hornos a la 1 de la tarde para poder ahorrar luz”, relata el encargado de una panadería en el oeste de Caracas a una señora que se quejaba en la caja.

Otros establecimientos y residencias han tomado medidas más radicales como apagar aires acondicionados pese al sofocante calor; eliminar la iluminación externa a riesgo de ser víctimas del hampa en una de las ciudades más violentas del planeta; o detener por varias horas los ascensores de los edificios.

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