Un encadenamiento de errores a la hora de tratar despachos secretos de embajadas estadounidenses ha llevado a que los informantes que aparecen en las informaciones vivan ahora con miedo, mientras los responsables se acusan mutuamente de la revelación de las fuentes.
Wikileaks surgió para hacer el mundo más transparente y un poco mejor, según sus propios objetivos. Pero nueve meses después de la espectacular publicación de más de 250 000 informaciones de embajadas de Estados Unidos en todo el mundo, la transparencia ha supuesto que más de 100 informantes teman por su vida.
Y es que sus nombres, que en los primeros despachos se ocultaron, aparecen ahora sin ningún tipo de censura. A finales de 2010, el mundo miraba con cierta incredulidad a Estados Unidos y se sorprendía de que el Estado más poderoso del mundo hubiera cuidado tan poco sus secretos. Pero entonces se ocultaron los nombres a quien pudiera comprometer e incluso poner en peligro la publicación de los documentos.
Sin embargo, ahora están en la red los textos originales y parece que ni siquiera los propios encargados de desvelar los secretos y los expertos informáticos fueron capaces de cuidar de la seguridad de sus fuentes. Todo comenzó cuando Wikileaks perdió el control del gigante banco de datos con en total 284 millones de palabras porque Assange entregó los documentos originales a socios mediáticos como el diario británico “The Guardian”.
También se llevó datos el activista alemán Daniel Domscheit-Berg. En febrero, el periodista de “The Guardian” John Leigh describió en su libro “WikiLeaks. Inside Julian Assange’s War on Secrecy” cómo el fundador de la web le dio la contraseña para acceder a los documentos.
Assange se la escribió en un trozo de papel y le dijo. “Ésta es la contraseña, pero debes introducir una palabra adicional cuando la escribas. Debes poner “Diplomatic” antes de “History”. ¿Podrás recordarlo?”. Leigh pudo. Y desde la publicación de su libro en febrero, esa contraseña era conocida en todo el mundo.
Y mientras tanto, los datos encriptados llegaron al sistema BitTorrent -también como protección de ataques contra la plataforma Wikileaks-, que sirve para poner a disposición de forma descentralizada y distribuir a los usuarios grandes cantidades de datos.
Durante varios meses, la revelación de “The Guardian” se convirtió en un secreto a voces en pequeños círculos, explicó Wikileaks.
“Pero la semana la difusión alcanzó una dimensión masiva crítica”. El semanario alemán “Freitag”, socio mediático del nuevo proyecto del alemán Domscheit-Berg Openleaks, informó la semana pasada de la libre disponibilidad de los despachos diplomáticos estadounidense en su versión original.
La consecuencia fue una nueva escalada entre el alemán y Asasnge. El fundador de Wikileaks, que no puede salir de Londres debido a las investigaciones en su contra por un delito sexual, acusó a su antiguo socio de romper un pacto y de infamia. “Las personas que conocían ese error callaron durante meses en espera de que Assange, que conocía también el error, reaccionara de forma responsable y advirtiera a los afectados”, escribe el alemán en un mail enviado a dpa.
“Ese habría sido el único paso correcto. Sin embargo decidió ignorar el tema y callar, algo que no podía beneficiar a los potencialmente afectados”. El diario “The Guardian” no se considera culpable de lo sucedido. “Es una locura afirmar que el libro de Leigh puso en peligro la seguridad”, afirma.
Pese a haber publicado la contraseña, “nos dijeron que era una clave limitada en el tiempo que caducaría en unas horas”. Y el miércoles, la clave llegó a Twitter y ya no se necesita nada más.
Los 251 287 despachos diplomáticos están en su versión original en Internet. Y el gobierno estadounidense se mantiene reservado y se esfuerza por limitar los daños. El diario “The New York Times” publica las declaraciones de una portavoz del departamento de Estado, Victoria Nuland, que asegura que se hará todo lo necesario “para asistir a los que pudieran resultar dañados por esas revelaciones ilegales”.
Pero hasta Wikileaks sabe que una vida humana pesa siempre más que la aclaración de si una información es auténtica o si se trata de un supuesto error.