Centroamérica es amenazada por las pandillas, grupos de jóvenes cuyo pan de todos los días es matar, robar y violar. En El Salvador, Honduras y Guatemala no es casualidad que la expresión “de rodillas” rime con “pandillas”, sino más bien una realidad social que se evidencia en la violenta evolución y creciente poderío de estos grupos delictivos.
Las “maras”, como se les llama a las pandillas en estos tres países que conforman el llamado Triángulo del Norte de América Central, han aumentado en las últimas semanas en sus acciones virulentas, mientras los gobiernos quieren detenerlos a toda costa con medidas represivas, ellos extienden su territorio a lo largo de todo el continente.
Las amenazas de muerte de pandilleros de las archienemigas Mara Salvatrucha (MS-13) y Mara 18 (M-18) contra empresarios del transporte público provocaron la paralización parcial del servicio del 7 al 9 de septiembre en San Salvador, con 1,5 millones de habitantes.
La medida, que dejó una persona muerta, más de 80 arrestadas y tres vehículos destruidos, obedeció al rechazo de ambos grupos a la Ley de Proscripción de Pandillas, que pese a esta presión igual promulgó el 9 de este mes el presidente izquierdista Mauricio Funes.
Entre otros aspectos, la nueva norma castiga hasta con 10 años de cárcel a los miembros de las pandillas, que en sus inicios fueron juveniles, involucradas en actos delictivos.
Pero Jeannette Aguilar, de la Coalición Centroamericana para la Prevención de la Violencia Juvenil, advierte que la nueva ley salvadoreña “será inefectiva porque no va al fondo del problema, está más bien respondiendo a las demandas ciudadanas de mayor enfrentamiento al crimen, pero no resuelve el problema”.
Además, “esta ley echa en la misma bolsa a cualquiera, tanto al pandillero de 40 años o más como a los de 9 ó 10 años”, lo cual es un craso error porque no es lo mismo atender a un hombre experimentado “que a un niño recién iniciado en esa ruta y que tiene más posibilidades de reinserción social”.
Es que en los últimos años se ha ampliado el reclutamiento de las pandillas, que antes se hacía solo con niños y preadolescentes.
Mientras en San Salvador reinaba el caos por la ausencia de transporte colectivo, la noroccidental ciudad hondureña de San Pedro Sula padeció el día 7 un ataque a balazos de pandilleros a una zapatería, que dejó al menos 17 personas muertas.
Según las autoridades hondureñas, la masacre se originó por una disputa de territorio entre las pandillas MS y M-18.
Estadísticamente, la mayoría de los actos criminales que se cometen alrededor del mundo tiene como protagonistas a hombres entre los 15 y los 24 años. Más de la mitad de la población de Centroamérica tiene menos de 24 años.
En todos los países centroamericanos la gran mayoría de los actos de violencia protagonizados por pandillas ocurre en áreas urbanas. Es lógico: se necesita una masa crítica de población juvenil masculina para que pueda surgir un grupo de éstos y eso solo sucede en las ciudades.
El Triángulo Norte de América Central tiene “la mayor tasa de homicidios del mundo”, incluso por encima de México, según el reporte de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito.
El estudio indica que la tasa de asesinatos, muchos de ellos cometidos por las maras, fue entre el 2003 y el 2008 de 61 por cada 100 000 habitantes en Honduras, de 52 por 100 000 en El Salvador y de 49 por 100 000 en Guatemala, mientras que en México fue de 12 por 100 000.
Al igual que en El Salvador, el parlamento de Honduras aprobó una ley antipandillas, que está en vigor desde el 2003, pero ha provocado que las maras busquen alternativas para el crimen.
El sacerdote Ismael Moreno dice que a raíz de la entrada en vigencia de esa norma, la cual “estigmatiza a todo joven o persona tatuada o con vestimenta floja”, las maras “han sufrido una especie de mutación”.
“Ahora están más ligadas al crimen organizado que a actos de delincuencia común”, explica el religioso dedicado al trabajo social en zonas marginales hondureñas.
El ministro de Seguridad de Honduras, Óscar Álvarez, confirma lo indicado por el sacerdote. “Se han convertido en la fuerza de trabajo y el ejército de reserva del crimen organizado”, afirma.
En San Pedro Sula y en la propia Tegucigalpa existen barrios completos controlados por las pandillas, que actúan como “los dueños” del lugar, según los vecinos.
“Distribuyen droga y la policía lo sabe. Los mareros que lo conocen a uno no le hacen nada, lo cuidan, si podemos decirlo así, pero no se cruce usted por eso de las siete u ocho de la noche, porque si no la conocen, la cruzan a tiros”, relata Lourdes Pineda, una joven peluquera.
Se estimaba en 1998 que unas 60 000 personas estaban integradas a las pandillas en Honduras, cifra que ahora sería mayor.
La situación en Guatemala no es menos preocupante. Una de las expresiones más violentas de las pandillas en este país es el asesinato casi a diario de conductores de vehículos del transporte urbano de pasajeros, muchas veces por negarse a pagar una extorsión.
Organizaciones civiles estiman que son unos 20 000 los pandilleros guatemaltecos, muchos de ellos provenientes de familias desintegradas.
A tono con las medidas emprendidas por Honduras y El Salvador, el opositor Partido Patriota (PP) presentó en el parlamento guatemalteco un proyecto de ley para castigar a los jóvenes que integran las maras, lo cual generó el rechazo de las organizaciones sociales.
El presidente de Guatemala, Álvaro Colom, propuso la homologación de leyes antimaras con El Salvador y Honduras para enfrentar el problema en bloque.
Datos de la Policía Nacional Civil deHonduras indican que hasta julio habían sido asesinados 57 choferes, 30 ayudantes y 36 pasajeros. El año pasado fueron 146 los transportistas asesinados, según el no gubernamental Grupo de Apoyo Mutuo.
El fenómeno de las pandillas se extiende hasta el sur de México, principalmente en el estado de Chiapas, a donde han llegado pandilleros centroamericanos para extorsionar a los inmigrantes y participar en diversos actos delictivos, incluyendo el narcotráfico, según informes de la Comisión Nacional de Derechos Humanos de México.