Varias personas mantienen un minuto de silencio en memoria del sacerdote Jacques Hamel, delante de la iglesia de la localidad de Saint Etienne du Rouvray. Jacques Hamel, fue asesiando el pasado 26 de julio tras un atentado terrorista. Foto: EFE
A las 7 de la mañana de un día hábil –el día después del atentado terrorista en Niza que dejó 84 muertos y 304 heridos– la escritora argentina Florencia Abbate preparaba el desayuno para su hijo de seis años. Había encendido el televisor en un canal de noticias para enterarse de la temperatura: ¿debía llevar a Tomás a la escuela con un abrigo ligero o pesado?
Mientras esperaba que se calentaran la leche y el pan, volvió a la sala. Su hijo estaba ahí, curiosamente callado.
“Lo veo parado a tres centímetros de la pantalla, impresionado, angustiado y al borde del llanto”, recordó. “Miraba el lento paneo sobre los cadáveres. Me dijo: ‘Esto no me gusta’. Como para que cambie de canal”.
La autora de ‘El grito y El espesor del presentE’ compartió esa historia en su cuenta de Facebook. Explicó por qué: “Me resultó violento que pasaran esas imágenes a esa hora”. Escenas como la que vivió en su casa, de niños que cándidamente utilizan uno de sus electrodomésticos favoritos, y encuentran cuerpos descoyuntados y sangrantes.
“Qué impresionante cómo los chicos distinguen realidad y ficción”, siguió. “Tomás muchas veces ve cosas de super héroes que son violentas, y cuando yo le digo algo me contesta ‘Tranquila, es sólo una película’. Pero cuando ve imágenes como la de Niza, o de evacuados por inundaciones, de inmediato comprende que son reales y se angustia”.
No hace falta ser tan pequeño para sentir ansiedad ante las imágenes de lo sucedido en Niza. Evocan la expresión “la ruina de la carne”, de Virginia Woof, que Susan Sontag citó en su ensayo ‘Ante el dolor de los demás’. Escribió allí además: “La guerra rasga, desgarra. La guerra rompe, destripa. La guerra abrasa. La guerra desmembra. La guerra arruina”.
Donde dice “guerra” puede decir “guerra”, pero también “terrorismo”, “tiroteo”, “abuso policial”, “violencia de género”. Todos los nombres de la ruina de la carne.
Muerte real, en tiempo real
Hoy eso se observa a medida que sucede, para mayor ansiedad, y dada la naturaleza de los nuevos medios, con muchas más fotos y videos y testimonios explícitos de los testigos, que se apresuran a compartir lo que ven en redes sociales. Los medios profesionales enfatizan esa misma perspectiva por una cuestión básica de competencia.
Sucedió cuando un policía de Saint Paul disparó contra Philando Castile: dentro del auto donde el hombre había sido detenido –y, se sabría luego, muerto–, su novia, Diamond Reynolds, comenzó a transmitir en vivo los hechos en Facebook. El video se reprodujo en redes y también en webs de noticias. En la madrugada del ataque a la discoteca Pulse, las cuentas de Twitter y los e-mails de alerta noticiosa contaban los masacrados en tiempo real, a medida que los actualizaban los rumores o las fuentes policiales: 20 muertos, 30, 35, 45, 50. Durante el día siguiente se hizo la corrección: las víctimas habían sido 49.
Este mundo enlazado por los recursos digitales no va a retrotraerse; nadie hará dieta de redes sociales o dejará de mirar –porque a veces sucede involuntariamente, como le ocurrió al hijo de Abbate, que se topó con algo horrible en una pantalla familiarmente agradable– las noticias, como un ludita contemporáneo. ¿Qué se puede hacer entonces con respecto al impacto de las imágenes de violencia en la mente humana?
“Honestamente, no creo que haya respuesta para esa pregunta –dijo Susannah Stern, profesora de Estudios sobre Comunicación en la Universidad de San Diego (SDU)–. Aunque es correcta, y es la clase de preguntas que tenemos que discutir entre nosotros como ciudadanos, padres y educadores, no creo que la investigación científica que existe pueda responderla, dado que nuestro ambiente de medios no tiene precedentes.”
¿Existe una suerte de patrón en nuestras reacciones, creado por la repetición de las imágenes de violencia en los medios? –se le preguntó a Brad J. Bushman, profesor de Comunicación y Psicología en la Universidad Estatal de Ohio (OSU). “No sé si existe un patrón, pero si la gente ve violencia de manera constante se anestesia. Los psicólogos definen el fenómeno como insensibilización. Y cuanto más realista es la violencia que se representa en los medios, mayor es su impacto”.
¿Qué sucede con la reproducción de estas imágenes y videos en la redes sociales? “Hacen que las personas se sientan más cerca de los hechos” explicó la experta Karen North, directora del master en Medios Sociales Digitales y Comunidades Online en la Universidad del Sur de California (USC-Annenberg). En el pasado, cuando algo sucedía lejos las personas podían simplemente desvincularse porque era fácil pensar que, en efecto, sucedía lejos, y entonces no tenía nada que ver con ellas. Ahora no nos desvinculamos tanto, porque podemos mirar a los ojos de los otros y ver su dolor y su sufrimiento. Vemos las cosas que suceden en tiempo real, en las cuentas personales de individuos que comparten sus experiencias en las redes sociales. Es algo más personal que el periodismo tradicional.
De Kim Kardashian a los testigos de un atentado
En septiembre de 2001, varios medios de los Estados Unidos se disculparon por haber hecho públicas imágenes de personas que se arrojaron desde las Torres Gemelas para no morir debido al fuego en los edificios atacados por el terrorismo islámico. La muerte es un momento privado, se argumentó entonces, como el nacimiento; ningún valor relativo a la difusión de noticias puede privar a un individuo de esa intimidad. Mucho menos por el morbo de exponer el detalle de un suicidio –y no deseado– mientras sucede.
“Hay que tener cuidado con las imágenes que se muestran”, siguió North, también profesora de Comunicación en USC. “Por lo general, los medios lo hacen bien, pero en las redes sociales la gente comparte imágenes más macabras, y algunas personas se sienten atraídas porque nunca vieron algo así en la vida real, sólo en las películas de violencia explícita”.
Ella coincidió con el profesor Bushman en cuanto a la insensibilización que conlleva esa curiosidad: “Hay prueba científica de que las personas se pueden insensibilizar ante la violencia si observan mucha violencia”. En cambio, la experiencia de lo que se comparte en redes sociales, si bien es más espantosa, conserva una perspectiva de proximidad: “En general, cuando nos sentimos conmovidos por las experiencias de otros, el mundo se humaniza. Si lo vemos como algo personal, nos identificamos, sentimos empatía”.
¿Es algo propio de los efectos de la violencia en las redes sociales?
Una de las grandes ventajas de las redes sociales es que nos permite sentir la experiencia, tanto si se trata de algo que comparte una celebridad o alguien a quien conocemos. Sentimos que podemos mirar el interior de las vidas de las personas y conectarnos más directamente: las Kardashians o Donald Trump lo hicieron muy bien, por ejemplo, al dirigirse a sus seguidores y establecer una conexión personal. Es uno que se dirige a muchos, pero cada persona siente que es una experiencia propia, porque no es un anuncio comercial en la televisión sino algo que aparece en la línea que uno trazó en Twitter, o en el muro de Facebook. Esto es algo propio de las redes sociales que no existía en el pasado.
La angustia como efecto del terrorismo
Con insensibilización o con empatía, hay consenso sobre algunos síntomas que causa a la gente esta exposición cotidiana a imágenes de violencia real. “Se documentaron los sentimientos de angustia y miedo por la exposición a la violencia, pero en general sólo en medios tradicionales”, argumentó la experta Stern. “El impacto de un asalto continuo, las 24 horas, de imágenes y comentarios de personas en diferentes plataformas es un terreno relativamente nuevo”.
¿Sucede algo distinto, por ejemplo, porque se reciben alertas en el correo electrónico?
En lo individual, los efectos dependen sin duda de la posición de identidad de cada quien (por ejemplo, raza, clase, género). No obstante, el sentimiento de vulnerabilidad que surge de esa exposición parece ser universal.
La especialista de SDU recordó la teoría del cultivo, una idea clásica de los estudios de comunicación: “Cuanto más uno se expone a la televisión, más crece, como un efecto de cultivo, el sentimiento de que el mundo es un lugar malo y aterrador. Si bien la teoría apunta específicamente a explicar los efectos de la televisión, en un nivel cultural podría explicar cómo este ambiente de medios recargado de violencia acaso aumente el miedo en general, con una gama de implicancias para los individuos y las sociedades en toda su extensión”.
¿Qué provocan las organizaciones que, como el Estado Islámico, muestran en YouTube y otras redes videos de decapitaciones?
“Algunas personas, como yo mismo, evitan mirar esos videos, por su contenido bárbaro” dijo el profesor Bushman. Pero si la gente no los evita, puede comenzar a ver la violencia como algo más normal.
“Aunque sucedan lejos, esas imágenes de violencia contribuyen a que se extienda nuestro sentido de riesgo personal”, agregó la profesora de USC. “Por las redes sociales nos sentirnos muy cerca de los lugares y las personas cuando pasa algo, nos vemos conectados bajo la misma amenaza de la violencia”.
¿De qué manera se pueden prevenir los efectos negativos?
“Depende de nuestras decisiones críticas. Las redes sociales están para quedarse, eso no va cambiar. Nunca supe de nadie que sufriera estrés pos-traumático de segunda mano”agregó North. Pero a diferencia de otro tipo de ataques, el terrorismo conlleva un grado mayor de angustia: no hay razones detrás de una acción, puede pasarle a cualquiera, donde sea y en cualquier momento. La gente no sabe cómo mantenerse a salvo.
Por qué los niños son más afectados
Bushman realizó un estudio con su colega Juliette H. Walma Van der Molen sobre las reacciones de miedo y preocupación que la violencia televisiva (tanto la de ficción como la noticiosa) causa en los niños. Según su exploración, de 572 menores de entre 8 y 12 años, de entorno urbano y rural, las situaciones de homicidio, guerra, incendios, tiroteos, accidentes de aviación, inundaciones, hambruna y peleas los asustan más “cuando el contenido violento se describe como noticia que cuando se describe como ficción”.
También advirtieron que para los más pequeños era más difícil que para los mayores, aunque el mayor entendimiento de los mayores les permitía “anticipar las consecuencias negativas” y “preocuparse con frecuencia de que algo así les podría pasar a ellos”. Se observó que las niñas sufrían más que los varones y que aquellos con más horas de televisión se mantenían más tranquilos que los que miraban poca.
“Los miedos surgidos de los medios pueden tener efectos duraderos, escribió el profesor de OSU. Estudios retrospectivos demostraron que la mayoría de los adultos puede recordar un hecho de su infancia en el cual se sintió muy asustado ante un programa de televisión, y que esos miedos lo rondaron durante años”.
Desde luego, los informativos no se dirigen a los menores; sin embargo, “los niños dependen mucho de la televisión para su conocimiento sobre lo que sucede en el mundo –se lee en el artículo de Bushman–, y con frecuencia miran más noticias de lo que los padres y otros cuidadores piensan”. Inclusive cuando no lo eligen quedan expuestos con frecuencia a la violencia cuando buscan un programa u observan lo que sus padres miran.
“Los niños, sobre todo los pequeños, no tienen el contexto necesario para comprender esas imágenes de violencia –agregó North–. En general, si se los hace prestar atención a cosas así sienten que su mundo está fuera de control. La mayor parte de los expertos dice que hay que mantener a los niños alejados de estas imágenes.
¿Qué sucede si de todos modos se van a enterar de los hechos?
En ese caso necesitan un relato que puedan comprender, como los programas de Mr. Rogers’ Neighborhood (una serie de media hora que desde 1968 a 2006 enseñó desde música hasta procesos productivos a los menores) o Plaza Sésamo. Los niños comprenden cuando existe un marco; cuando algo causa temor sin ese contexto, puede provocar mucho temor a un pequeño porque no podrá saber si sucede en la casa de al lado o en el otro extremo del mundo. El mejor enfoque es explicarle que los adultos se están ocupando del asunto, que él no se tiene que preocupar.
“Los medios están plagados de materia para que los niños de todas las edades vivan en un mundo aterrador”, coincidió Stern.
Abbate encontró “prepotente y violento” que los medios se impongan en la intimidad con fotos y videos tan crudos, porque los propios adultos pueden no estar preparados para mirar eso, o porque hay personas –como fue el caso de su hijo– que por su edad no lo están.
“¿Por qué me tengo que despertar viendo cómo se angustia Tomás y teniendo que explicarle que hay locos que de pronto salen y matan niños por ahí?”, se preguntó. “Sé que vivimos en un mundo violento, pero los medios empeoran el problema. Sin hablar del efecto dominó que producen: recuerdo cuando mostraban mujeres quemadas por sus parejas y de repente un montón de violentos empezaron a copiar ese modus operandi”.