Finalmente, el presidente Rafael Correa recibió el martes a Arturo Valenzuela, secretario adjunto del Departamento de Estado para el Hemisferio Occidental. Charló con él, se abrazaron cálidamente y hasta recibió un regalo por ser su día de cumpleaños.
¿Se habrá convencido Correa que no fue tan mala idea cambiar de opinión y abrir un espacio en su apretada agenda? Después de todo, se trataba del funcionario diplomático de mayor rango en EE.UU., en lo que concierne a la relación entre la superpotencia y los gobiernos de América Latina.
Cualquier Presidente, que se precie de pragmático y de tener sentido común, no hubiera dudado en darle importancia geopolítica a esta reunión. Se trata del representante del principal socio comercial para Ecuador.
Habrá quienes aseguran que haber tenido en ascuas a la Embajada de EE.UU., por casi una semana, negándole la audiencia de Valenzuela con Correa, es parte del show de los socialistas del siglo XXI. Y que como show, lo que cuenta es el epílogo de la visita. Es decir el abrazo final y la foto.
Pero Correa y su diplomacia no son tan pragmáticos como aparentan. Ni se puede caricaturizar este caso como el del matrimonio que arma pelea por la mañana y en la tarde comparte la misma cama.
El discurso, a ratos hostil, que ha reflejado el Gobierno frente al liderazgo de EE.UU. no se ha traducido en episodios de ruptura, como ha ocurrido con Venezuela o Bolivia. Sin embargo, el balance de los tres años de las relaciones Quito-Washington está marcado por la inacción.
Las relaciones comerciales no han sufrido mayores contratiempos y caminan, aunque gracias a las dinámicas que se han gestado años atrás. El Gobierno sigue pidiendo que las preferencias arancelarias andinas se renueven cada tres años y no cada 12 meses, para que los exportadores tengan más certezas a la hora de planificar sus negocios. Pero, más allá de esa demanda, el Gobierno ecuatoriano no ha avanzado en una estrategia comercial agresiva.
En ese punto, Correa y el canciller Ricardo Patiño han sido claros. Ambos prefieren un acuerdo bilateral que enfatice más los temas de desarrollo que las cifras del mercado.
Se trata de una posición legítima, pero que no aterriza en la realidad de un país que, como EE.UU., tiene una estrategia de negociación con el mundo que sigue patrones fijos.
La disyuntiva para Correa es evidente. Seguirle apostando a un acuerdo muy poco probable de realizarse, o consolidar una estrategia comercial que prometa más empleo o divisas.
Mientras el Gobierno reflexiona sobre esos puntos, Valenzuela se dio una vuelta por Ecuador. Lo hizo en el marco de una visita al vecindario andino donde Venezuela y Bolivia no fueron incluidos en el itinerario. Es una señal clara de pragmatismo la que envía EE.UU.: dejando de lado los discursos hostiles desde Quito, todavía hay espacio para mantener una fluida relación. Igual que en un matrimonio.
Una posición Ambigua
A diferencia de Venezuela y Bolivia, Ecuador ha tenido un discurso más prudente frente a EE.UU., pero eso no lo ha limitado en criticar a la principal potencia por su política comercial y los acuerdos militares en lucha contra el narcotráfico.
Correa debió hacer un espacio en su agenda para recibir a Arturo Valenzuela. En la última visita de Hugo Chávez hubo hasta show musical en el Palacio.
En su discurso ante la Universidad de Illinois, el jueves, Correa alabó los atributos norteamericanos: puntualidad y trabajo.