Mujica o el poder
En pocas semanas los uruguayos elegirán un nuevo presidente. A la cabeza de los sondeos está José ‘Pepe’ Mujica, un político procedente de la izquierda violenta, de quien Ernesto Agazzi, su sustituto en el cargo y correligionario, ha dicho: “Creo que sería un mal presidente (…) Mujica es un compañero irredento, está contra la formalidad permanentemente (…) Yo creo que Mujica puede ayudar a ganar las elecciones, pero no creo que sea su especialidad, ni su formación, la de dirigir la gestión del Estado (…) Así como es absolutamente anarquista, contrario a las fórmulas preconcebidas, también construye alternativas que nadie vio”.
Ese retrato de Mujica es muy preocupante. ¿Cómo y por qué una sociedad razonable y madura elige a una persona con esos rasgos para gobernar el país?
¿Qué les ocurre a los uruguayos? Lo grave de Mujica no es su pasado tenebroso, sino el hecho de que no tiene condiciones para dirigir una República democrática moderna basada en la Ley, la división y equilibrio de poderes, la economía de mercado y la existencia de un aparato productivo controlado por la sociedad civil.
Esa es una maquinaria muy delicada. Si funciona bien se llama Suiza. Si funciona mal se llama Venezuela. Quien gobierne un país que quiere parecerse a Suiza y no a Venezuela debe entender que el Estado de Derecho republicano fue concebido para limitar la autoridad de los políticos y proteger las libertades individuales, lo que exige un apego absoluto a la letra de la Ley, no solo a su espíritu. En las repúblicas el poder es para obedecer al pueblo, no para mandarlo.
Mujica es un revolucionario. A regañadientes se sometió a las reglas del modelo republicano porque su bando perdió la Guerra fría. Simpatiza con la dictadura de Fidel Castro. Es amigo de Hugo Chávez. Nunca descolgó el póster del Che Guevara. Las formalidades y los reglamentos le parecen camisas de fuerza burguesas. Su ideal no está en el Código Civil, sino en lo que escribe Eduardo Galeano. Eso es grave. Así no se puede contribuir al bienestar y el desarrollo de una sociedad. Si no se entiende que la prosperidad material y la estabilidad social dependen, fundamentalmente, de la calidad de las instituciones de Derecho, todo es inútil.
Mujica tampoco sabe cómo se crea o se malgasta la riqueza. Su generación -al menos el segmento radical- creció creyendo que la pobreza y el atraso latinoamericanos eran consecuencia de la codicia de los imperialistas y de sus cómplices y lacayos nacionales, y nunca tuvo tiempo ni sosiego para rectificar ese colosal error intelectual, afincado en las supersticiones marxistas, disparate que llevó a los más temerarios a secuestrar y matar adversarios ideológicos.
¿Qué otra cosa podía hacerse con unos crueles vampiros dedicados a succionar la sangre de “las venas abiertas latinoamericanas?”.