Redacción Guayaquil
La jornada de trabajo en el recinto La Carolina 2, a cinco minutos del cantón Baba (Los Ríos), se suspendió a las 12:00. Una hora antes del partido (13:00), la TV de 29 pulgadas ya estaba encendida en medio de la sala de la casa de los Montero.
Todos los vecinos estaban invitados a ver a ‘Yepe’, como le dicen a Jefferson desde pequeño. Todos los que habitan en el sector La Carolina 2 llegaron puntuales con camisetas de la Selección, algunas regaladas por el mismo jugador del Villarreal español, como la que lució su padre.
Dos minutos antes del inicio del cotejo, las miradas no se despegaban del televisor. Se esperaba la aparición de Montero. La última vez que lo vieron fue el domingo en la concentración de la Esmil. Pedro y su esposa, Mercedes Vite, viajaron ocho horas en bus hasta Quito para visitarlo.
“No lo veíamos desde que viajó a España hace dos meses. Nos contó que está contento en su nuevo club y que se encuentra completamente adaptado”, recordó con nostalgia Mercedes, quien ayer se puso la camiseta del Villarreal que su hijo le regaló.
Cuando el partido empezó los vecinos y familiares de Montero se frotaron las manos. Era un signo de nerviosismo, pero también de aliento para los seleccionados.
Las barras y las palabras de aliento iban exclusivamente para Jefferson. La sala en ese momento se asemejaba a una tribuna con hinchas vestidos de amarillo.
Un minuto después los gritos se escaparon instantáneamente cuando Montero estuvo a punto de abrir el marcador. La pelota se estrelló en el horizontal, pero todos celebraron porque pensaron que la pelota había entrado.
Pedro, que nunca se separó de su radio de pilas, le dijo a los vecinos que no había sido gol. En ese momento los gritos de emoción se apagaron. “Tranquilos, son cosas del fútbol”, dijo como consuelo el padre del juvenil.
Pero esos gritos revivieron con la misma intensidad cuando Édison Méndez anotó el primer gol. “Pon fin entró”, se escuchó decir entre los vecinos de ‘Yepe’.
La mamá de Jefferson era la más nerviosa. Cada vez que su hijo cogía la pelota se tocaba las cara, cerraba los ojos y le daba indicaciones como si estuviera junto a él. “No la pierdas, mijito. Tu eres más que ellos”, se la escuchó decir en varias ocasiones.
Para la segunda etapa llegaron tres vecinos que conocían a Montero desde que practicaba en una escuela de fútbol en Babahoyo, cuando tenía 8 años. “No solo los padres se sienten orgullosos de él, quienes lo vimos crecer también nos emocionamos cada vez que juega”, señaló Ernesto Pereira.
Un vaso de gaseosa fue suficiente para gritar más goles. Eso era lo que todos esperaban y al final se cumplió. Las anotaciones de Antonio Valencia y Christian Benítez encendieron una verdadera fiesta en la casa de los Montero. Después de eso ya solo hubo espacio para la algarabía. Con seco de pollo de por medio, la fiesta se extendió hasta la noche.