Hace poco, el presidente Correa dijo que, al terminar su mandato en el 2013, iría a vivir en Europa. Este anuncio -que el Presidente consideró probablemente que sonaría a una disuasiva amenaza- me recordó las palabras de Montalvo en ‘Las Catilinarias’.
“Me he de ir, dice; me he de ir a Europa, en donde saben apreciarme. Ingratos: me he de ir (…) Llorad ecuatorianos, ¡se va! Derretíos en lágrimas, se fue (…) Vosotros periodistas; vosotros jueces; vosotros profesores y catedráticos, llorad. Llorad: ya no tendréis quien os confisque vuestra imprenta, quien os castigue vuestra justicia; quien os reprenda vuestra enseñanza: llorad (…) Clérigos, llorad (…) Llorad, sastres, carpinteros, zapateros (…) Estudiantes, jóvenes que ansiáis por ilustraros, llorad; se va don Alfonso el Sabio, se va el Albusense: llorad. Se va Tritemio, se va Santo Tomás de Aquino. Poetas, se va Mecenas, se va Augusto, llorad. Se va Cristina de Suecia, se va Luis XIV (…) Lloremos, compatriotas, lloremos, se va nuestro libertador, nuestro civilizador, nuestro benefactor. Ingratos, ¿no lloráis? Oh corazones broncos, oh pechos áridos, oh almas de almirez, sacad aguas de las piedras, llorad (…) Se va el rey, se va el papa, se va. Se va, se va, se va nuestro padre y madre; llorad, lloremos”.
Con qué vigor y admirable elocuencia, con qué belleza en el manejo del idioma, con qué incorruptible firmeza zahiere Montalvo a Veintemilla, condenando sus desmanes e ironizando sus pretensiones de grandeza, punzando en sus ambiciones desmedidas y denostando sus bajas pasiones.
Veintemilla era un enemigo declarado de Montalvo, a quien había hecho víctima de sus odios condenándolo al ostracismo y a vivir fuera de la patria. Montalvo apuntó su pluma contra él y, despiadadamente, le anatematizó con fuerza implacable. Se negó a calificarlo de tirano porque para serlo -decía- se necesita un cierto tipo de grandeza del que carecía Veintemilla. Pero le atribuyó, en las Catilinarias, vicios y defectos capitales y, entre ellos, la ambición de poder y la arbitrariedad en sus designios, que le llevaron a cometer abusos y desmanes y a irrespetar groseramente a sus compatriotas.
Sería un despropósito pretender encontrar en este comentario objetivos que pudieran disgustar al poder: no es su propósito. Creo que las palabras del inmortal ambateño deben llamar a la reflexión y al recogimiento meditativo.
Irse del Ecuador en el 2013, al terminar su mandato, puede ser legítima aspiración del Presidente, en la que seguramente pesan respetables razones familiares. Pero anunciarlo en la forma que lo hizo y modificar después la expresión original transmiten, un vez más, un mensaje de apresuramiento en la palabra que, tardíamente seguido por el recurso al pensamiento, pretende explicar lo que no necesita ni puede ser explicado.