Los agentes de tránsito realizan operativos para prevenir el uso de alcohol en las vías. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO
Las historias de Marlene Pallo y de ‘Francis’ se asemejan: ambos perdieron parte de sus vidas a causa del licor. Ella sepultó a su hermano, quien fue arrollado por un conductor en estado etílico. Él, en cambio, bebió, manejó, se chocó y fue detenido por la Policía.
Marlene recuerda que la noche del 12 de abril recibió la noticia de la muerte de su hermano Edison, de 22 años, y de su mejor amigo Milton, de 21. Se detuvieron para arreglar sus motos y un vehículo los embistió en una vía de Quito.
El alcohol está entre los cinco primeros causantes de fallecimientos en el país. Desde el 2015 hasta julio de este año, 7 472 personas murieron en accidentes, de los cuales 362 fue producto de la ingesta de licor, sustancias estupefacientes, psicotrópicas o médicas. Representan el 5% del total, reporta la Agencia Nacional de Tránsito.
El riesgo de que el alcohol afecte negativamente en la conducción empieza incluso con niveles bajos de consumo.
Cuando el licor ingresa en el cerebro genera un efecto de inhibición, es decir, de suspensión de funciones. Lo que provoca euforia, exaltación e incapacidad para decidir. A mayor cantidad de licor, las funciones cambian y se reducen la visión, la audición y la movilidad, explica Hugo Miranda, médico del Hospital Carlos Andrade Marín, del Seguro Social (IESS).
En el país, si un conductor supera el 0,3 gramos de alcohol por litro de sangre es sancionado. Eso difiere de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Para el ente, la legislación ecuatoriana “no es buena”, ya que el límite de concentración de alcohol en la sangre debiera ser 0,2 gramos por decilitro, según el Informe sobre la situación mundial de la seguridad vial 2015. Más en conductores jóvenes como ‘Francis’.
Su historia se remonta al 2015. Tras salir de una fiesta donde tomó licor, el chico se accidentó en una vía de la capital. Producto de ese choque y volcamiento hubo una persona herida y daños materiales por unos USD 10.000.
Sus padres le ayudaron a pagar la deuda, pero no pudieron hacer nada con las consecuencias: privación de la libertad y reducción de puntos en la licencia como lo establece el Código Orgánico Integral Penal (COIP). También perdió el semestre en la universidad.
Tras firmar acuerdos, ‘Francis’ pudo salir en libertad. Pero debe completar 27 meses de trabajo comunitario.
Una noche a la semana ayuda en operativos de tránsito. La madrugada del viernes acudió al control preventivo de alcohol en las avenidas Orellana y Diego de Almagro, en el norte.
Con un cartel de ‘Márcale Cero al Alcohol’ en las manos colabora con 10 agentes de tránsito. Hacen pruebas con alcoholímetros portátiles. La persona debe soplar una funda, que tiene una boquilla con una sustancia. Si cambia de color hay presencia de alcohol en el aliento. Entonces puede llamar a un familiar o amigo para que conduzca su carro.
María del Carmen de la Torre recuerda la historia del fallecimiento de su hijo Juan. Atropellado por un joven en estado etílico. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO
La idea es educar, no sancionar, comenta Diego Naranjo, director de Seguridad Vial de Tránsito de la Agencia Metropolitana de Tránsito (AMT).
En los operativos se hace la prueba a unos 60 conductores. De ellos, 15 resultan positivos. Los agentes pueden detener a quien se niegue al control.
A Ramón, de 24 años, le hicieron la prueba. Resultó positivo, tomó dos cervezas y dos vasos de ron. Estacionado reconoció que se equivocó. Pese a estas acciones, Guillermo Abad, de Justicia Vial, subraya que Ecuador aún tiene una normativa “muy permisiva” y que falta educación.
En Alemania, dice, el índice de siniestralidad es casi cero pese a ser el país donde más se consume alcohol. Cada persona bebe 130 vasos de 760 mililitros por mes (en diferentes horas del día).
En Ecuador la cifra es inferior, cada persona ingiere 24 vasos, pero la diferencia es que lo hace en un solo día.
Los siniestros dejan huella en las familias de víctimas. María del Carmen de la Torre aún siente dolor por la muerte de su hijo Juan Marco, de 27 años. Ella recuerda el 19 de diciembre del 2003 “como un cuchillo que rasga su pecho”. Ese día recibió una llamada en la que le dijeron que su hijo había sido atropellado por un joven en estado etílico. Gritó y corrió al lugar de los hechos.
Lo acompañó durante 16 días en el hospital, tiempo en el que ambos luchaban por vivir. Él no resistió y falleció. Ahora ella integra Corazones al cielo y ayuda a parientes de víctimas.