Rubén Darío Buitrón. EL COMERCIO
Los ojos de Raúl Segovia se inundaron de lágrimas cuando se acercaba el final del partido y el Rocafuerte ganaba al Grecia y eso era trágico porque el Aucas hubiera podido hacer 20 goles más que no le servía para nada.
“Si así habría jugado siempre”, susurraba Raúl de pie cuando terminó el primer tiempo. Estaba feliz. El Aucas ganaba 4 a 0 y el Rocafuerte, que debía perder para dar chance al Aucas, realmente estaba perdiendo. Raúl estaba tan contento que pidió dos fundas de papas con salchichas y mucha cebolla y muchísimo ají mientras su colega, el taxista escéptico, tomaba un buen sorbo de cerveza en vaso de plástico.
Pero después empezó a llover, bruscamente, como Quito suele sorprender. Acá estaban jugando el segundo tiempo y allá el Rocafuerte empató. No era posible. Y después de unos minutos el Rocafuerte estaba ganando. Chuta…
Típicos hinchas del Aucas. Raúl, el escéptico, la señora gorda de atrás, el papá con los tres niños pintados los rostros con la ‘A’ y el perfil de un indio amazónico, la chica de las cosas finas en fundas de plástico amarillas, todos contagiados del estupor, tremendo frío y no llegaba el quinto gol aunque en realidad no importaba porque ese momento se dieron cuenta de que el milagro no debía producirse acá sino allá, allá donde el Grecia tenía que hacernos el favor de ganarle al Rocafuerte, había que estar allá en Chone para hacerle barra al Grecia.
Acá los hinchas reían y lloraban. El estadio de Chillogallo dejó de ser la caldera y la pasión y el griterío y la esperanza. Los hinchas reían de manera absurda porque no querían creer que fuera cierto, pero lo era. El escéptico se encogía en sí mismo para atenuar el efecto del frío y le gritaba que había que irse, pero qué va, el que se fue, definitivamente, era el sol y el cielo se puso gris, ¿cómo era eso de que San Pedro era hincha del Aucas? Ni San Pedro ayudó. La lluvia de goles se secó en el segundo tiempo y el equipo se enfrió y los jugadores, peor.
¿‘Papá’ Aucas? ¿Cuál ‘Papá’ Aucas?, exclamaba un borrachito veterano, de rostro ajado, ojos pequeños y nariz torcida. Tambaleaba mientras pronunciaba esas frases previas al sollozo, a la frustración, a los 60 años de esfuerzos inútiles, a los recuerdos dispersos de cuando el Aucas era tan Aucas que hasta a la Liga le ganaba.
Allá abajo, el desconcierto. Ya tenían los cuatro goles, ya cumplieron el objetivo, pero este Aucas que a los años estaba ganando, en realidad iba perdiendo, estaba muy lejos la posibilidad de que alguien (Diosito, la Virgen María, el Berrueta, el Pinillos, el Solá, el Garnica, el Pocito) se apiadara de nosotros y ordenara a los ángeles que hicieran ganar al Grecia.
Raúl escuchó el pitazo final cuando un viento helado reemplazó a la intensidad de la lluvia. “Despierten, carajo”, gritó alguien como diciendo que ya no había ningún sueño, que lo mejor contra las pesadillas siempre será abrir bien los ojos. Y ahí estaba, junto al destruido Raúl, el escéptico amigo repitiendo, con el insoportable tonito de los pesimistas: “Ya ves, hermano. Yo te dije”.