Elvira Cabrera busca a su hija Dolores Borja, quien está desaparecida desde el 2013. Foto: Xavier Caivinagua para EL COMERCIO.
Era el quinto día de caminata por el desierto de Arizona, en la frontera entre México y Estados Unidos. Blanca Erráez Mallaguari intentó avanzar, pero no resistió dar un paso más. La emigrante azuaya de 35 años se desplomó y murió.
Los 14 compañeros de viaje, incluido Marco, el conviviente de Blanca, pensaron que era un desmayo y trataron de reanimarla. La tomaron en brazos, pero la deshidratación fue fulminante. Falleció ante ellos; era la tarde del 21 de julio.
Gabriela Songor, cuñada de Erráez, recibió la noticia. La persona que se comunicó con ella le explicó que la temperatura bordeaba los 50 grados.
Entre junio y septiembre, el desierto de Arizona soporta ese tipo de temperaturas. De hecho, la Policía de Migración de EE.UU. reporta la mayor cantidad de hallazgos de cadáveres en ese período. La causa de muerte de los migrantes es la misma: deshidratación.
La Cancillería ecuatoriana ha repatriado 112 cadáveres de migrantes fallecidos en nueve países, entre el 2010 y lo que va del 2016. Las autoridades no tienen un registro de cuántas víctimas fueron localizadas en la frontera estadounidense.
De otros ecuatorianos, en cambio, no hay noticias. La Organización 1800-Migrantes tiene un listado de 110 ecuatorianos desaparecidos desde 2009 en la travesía hacia EE.UU., la mayoría viajó en verano.
En esa lista aparece el nombre de María Dolores Borja, una joven que desapareció en junio del 2013, cuando tenía apenas 28 años. La última vez que habló con su familia estaba en México y les comentó que trataría de cruzar el desierto.
En su natal Cuenca dejó a su hija. Ella ahora tiene 10 años y vive con su padre. En esa ciudad también reside Elvira Cabrera, madre de María Dolores. La mujer llora siempre que la recuerda y asegura que cuando los hijos deciden marcharse no se puede detenerlos.
Lo dice porque, pese al dolor que enfrenta la familia, otra de sus hijas emigró hace dos meses y llegó a EE.UU. cinco semanas después. En total tiene cuatro hijos en ese país. Todos siguen buscando a María Dolores.
Diana Ledesma, de 1800-Migrantes, revela que la migración en el Austro subió desde mediados del 2015. La situación económica de Ecuador, la falta de empleo y la posible llegada de Donald Trump al Gobierno de Estados Unidos aceleraron los deseos de viajar.
Según esa oficina, no hay estadísticas oficiales del fenómeno, porque los emigrantes abandonan el país de manera informal, vía terrestre por las fronteras o vía marítima en embarcaciones que parten desde Manabí o Esmeraldas.
Para Ledesma, el aumento de ecuatorianos que a diario buscan información de cómo emigrar confirma esta hipótesis. Incluso han aumentado los trámites para elaborar poderes a nombre de familiares que quedan a cargo de los hijos de los migrantes o de sus bienes.
Otros piden ayuda, porque después de tres meses no conocen el paradero de sus parientes. Erráez, por ejemplo, encargó a sus hijos de 13 y 16 años a su cuñada, a quien también le dejó los poderes firmados. El pequeño predio, con una vivienda de madera donde vivía, quedó hipotecado para cubrir los USD 19 000 que pidió para pagar al coyotero.
Un vecino que también iba en el grupo con Blanca relató a la familia que el cuerpo de la joven quedó bajo un árbol y su pareja, Marco, se negó a seguir.
En ese momento, casi nadie del grupo tenía agua para hidratarse y por la tragedia entraron en desesperación, pero el coyote les ordenó avanzar.
Al entrar la noche, los migrantes que avanzaron pisaron suelo estadounidense. “Los traficantes de personas son criminales despiadados. No les preocupa la seguridad de las personas, porque su motivación es solo el dinero”, dijo el exfiscal de Cañar, Romeo Gárate. Según él, las fuertes temperaturas no son el único peligro. “Las mujeres son violadas o secuestradas”.
Marco, la pareja de Erráez, siguió solo por el desierto, se perdió y luego fue detenido por una patrulla de Migración. Allí alertó que su esposa falleció e indicó el lugar donde quedó el cuerpo, pero según Songor, él negó conocerla. Por eso, dice, demoró tres meses la repatriación del cuerpo, hasta remitir la documentación de las huellas dactilares desde Cuenca.
El cuerpo de la migrante llegó a la capital azuaya la semana pasada, el 2 de octubre. Su familia sepultó sus restos en la parroquia El Progreso, en el cantón Nabón, donde vivía con su madre. Mientras tanto, Marco fue llevado a una prisión en EE.UU. por su condición irregular. Estaba prevista su repatriación en estos días.