Fernando Montenegro y Valeria Campos recuerdan a su hija Michelle Montenegro, una joven docente y activista desaparecida el 5 de junio del 2018 en un homenaje cultural. Foto: David Landeta/ EL COMERCIO
De las manos de Michelle Montenegro -pequeñas, inexpertas- se despliega su primer logro: el ‘título’ de su graduación en el jardín. Cumplir ese corto ciclo escolar decisivo, retratado en una fotografía que señala su padre Fernando, auguraba para su hija una vida guiada por las causas sociales. Sus años al servicio de los niños, de la pintura y la enseñanza, de las sonrisas y el grito de resistencia, la convirtieron -sin saberlo-, en una defensora de los derechos humanos.
La imagen, sobre una mesita, protagoniza la instalación ‘¿Dónde está Michelle Montenegro?: La Memoria no Desaparece’, un tributo cultural que amigos y familiares de la joven activista, desaparecida el 5 junio del 2018, presentaron la noche del viernes 7 de junio del 2019.
Son las 19:30. En el corazón de la casona Oe3-102 -conocida como la Casa de la Cultura Rebelde en el Centro Histórico de Quito-, una pintura del rostro de Michelle –firme, apacible- cuelga del patio interior, en la entrada. Decenas de personas suben por las gradas y la voz del poeta Jorge Enrique Adoum (+) suena: “Usted enarbolaba -bandera de mil colores bajo el sol- su esperanza de mujer, humana en la justicia de los humanos (¿eran humanos?)”, un pequeño extracto de un poema dedicado a Luz Elena Arismendi, madre de Santiago y Andrés Restrepo. Ellos, hermanos, desaparecidos hace más de 30 años (8 de enero de 1988).
Dos mujeres y un performance que evoca el caminar de familias ecuatorianas frente a la inoperancia del Estado germina en una habitación. Al salir del salón, la voz de Igor Icaza entona Luz Elena. Las cuerdas rasgan y la canción conmueve hasta las lágrimas.
En el corazón de la Casa de la Cultura Rebelde, en el Centro de Quito, se presentó una instalación con fotografías de Michelle Montenegro la noche del viernes 8 de junio del 2018. Foto: David Landeta/ EL COMERCIO
La madre de Michelle, Valeria Campos, escucha con atención, reflejada en la melodía. “La historia de una madre, que por ir tras de sus hijos, se convirtió en luz astral…”. El padre, Fernando Montenegro, camina por la sala y observa cómo decenas de personas se convocan a través del arte escénico y la música para recordar a la ‘Negra’, como llamaba a la menor de sus cuatro hijos.
Cuando desapareció, Michelle tenía 26 años. La joven activista se estaba recuperando de un trasplante de córnea, por eso tenía un parche de gasa y esparadrapo en uno de sus ojos. La mañana de ese martes 5 de junio, ella -junto con su familia- fue a un chequeo en un hospital público en Quito. A las 12:00 regresó a su casa, en el sector La Armenia, en el valle de Los Chillos.
“Mi esposa salió a comprar en la tienda. Después de 10 minutos regresó y Michelle no estaba. Pronto, Valeria se comunicó con el guardia del conjunto y él le confirmó que Michelle salió solo con su monedero. Por eso, pensamos que quería alcanzar a su mamá”, relata Fernando, en el improvisado auditorio.
“Sí, hay tristeza”, asiente, pero el espíritu de la joven activista los une en un grito: ¡Nadie se Cansa por Michelle! Cantar también es una forma de exigir. De la voz del artista anárquico Jaime Guevara se despliega un poema hecho canción, escrito por Fernando.
“Lucharemos por encontrarte y de nuevo en nuestros brazos tenerte, abrazarte, besarte y nunca más dejarte, Combatimos por volver a verte…”, se escucha en la Casa de la Cultura Rebelde, con la guitarra de palo de Guevara. A la par, decenas de grullas rojas descienden por las columnas de la casa.
La familia comenzó la búsqueda de Michelle en el valle. Primero, en la tienda en la que estuvo Valeria, que estaba a un poco más de dos cuadras. Después, sus hermanos recorrieron a pie por todo el barrio, sin respuesta. “Fuimos al Parque Metropolitano La Armenia, a Guangopolo, a El Tingo. No logramos localizarla. Mi hijo llamó a la Policía para denunciar su desaparición. Agentes le dijeron que debíamos esperar, que ya iba a regresar. Nunca llegó. Al día siguiente hicimos la denuncia”, cuenta el padre.
La familia de Michelle, relata su hermana Jazmín, también entregó información sobre la última persona que tuvo contacto con ella el día de su desaparición. Lo hizo durante esa misma primera semana de búsqueda. Sin embargo, por más de “300 días el sospechoso no fue indagado ni se realizó ninguna pericia por parte de las autoridades”.
Un día antes de que se cumpla un año de la desaparición de su hija, la Fiscalía informó que, en conjunto con agentes de la Dirección Nacional de Delitos contra la Vida, Muertes Violentas, Desapariciones, Extorsión y Secuestro (Dinased), se realizó una diligencia de “allanamiento, búsqueda y rastreo” en el sector de Selva Alegre (valle de Los Chillos). Los agentes ingresaron a la vivienda del hombre que -según la familia de Michelle- sabe lo que ocurrió en realidad con la docente.
Pero Fernando está indignado. El allanamiento, afirma, se hizo un año después de que la familia de Michelle pusiera en conocimiento a la Fiscalía sobre el sospechoso durante la primera semana de la desaparición. El hombre, cuenta Jazmín, ha rendido versiones pero han sido contradictorias.
“La Fiscalía no hizo un buen trabajo; no profundizó. Cualquier cosa pudo haber sucedido. Podían haber borrado pruebas, escondido tantas cosas. También pedimos que revisen las cámaras del conjunto de La Armenia para saber a dónde se dirigió Michelle. Fueron después de tres meses y medio, las imágenes ya no existían”, reclama su padre.
La Fiscalía abrió una investigación por la desaparición involuntaria, pero aún no existen resultados o indicios claros de qué sucedió con la joven. La familia de Michelle, ahora, responsabiliza al Estado y le exige garantizar su regreso a casa.
El cantante anárquico Jaime Guevara entonó tres canciones. Una de ellas fue un poema musicalizado, escrito por Fernando Montenegro, padre de Michelle. Foto: David Landeta/ EL COMERCIO
Michelle era una líder innata. Desde los 16 años, recuerda su padre, formó un grupo en el que -junto a su hermana Jazmín- impartía clases de tareas dirigidas a los pequeños hijos de comerciantes ambulantes de La Marín. Lo hicieron a través de la fundación Servicio de Voluntariado de la Compañía de Jesús en el Ecuador (Sigvol), apegada a las necesidades de los sectores más desprotegidos.
El micrófono con el que cantaba sus consignas le era familiar. En cada fotografía instantánea, su mirada es vigilante. Michelle no solo gritó por los desaparecidos, también por las mujeres, víctimas de la violencia. Y compartía el activismo mientras se forjó en la Universidad Central del Ecuador, en la Facultad de Comunicación Social, y obtuvo una licenciatura en Turismo Histórico. No se limitaba, también fundó el colectivo La Revuelta.
A la par, la ‘Negra’ cultivó su convicción por la enseñanza. Siempre tuvo talento por los idiomas, sobre todo, con el inglés y el francés. Eso le permitió ser docente en un colegio en Conocoto, donde enseñó hasta el día de su desaparición.
Michelle quería cambio, transformación social, dice su padre. En su computadora, planificaba sus clases. Pero cada fin de semana era para sus otros alumnos, los pequeños de La Argelia, de La Ecuatoriana, de la Lucha de los Pobres.
Fernando cree que su vocación con los niños germinó en su infancia. En un patio grande, en el interior del hogar en el que vivían en el sur de Quito, Michelle compartía con sus ‘colegas’, con sus hermanos y con vecinos. Los cuidaba, los ayudaba, pese a que era menor.
Siempre recta, siempre ética. Así la describe su padre. Fernando sonríe cuando habla de Michelle. Recuerda cómo la observaba admirado cuando, recién entrada al jardín de infantes, ya podía escribir las vocales.
“Los primeros días de la desaparición de mi hija, yo escuchaba a los perros ladrar en la madrugada. Salía a buscar a mi hija porque yo pensaba que le iban a morder y quería ayudarle a que regrese. No quería que ataquen a mi chiquita. Pero iba y nunca llegaba… Eso ha sido para mí”.