Pocos compradores llegaron al mercado Iñaquito, en el norte de Quito. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO
A las 10:00 de la mañana de este lunes 7 de diciembre del 2020, Diana Chuquizán, de 28 años, comenzó a quitar los adornos por las fiestas de Quito que colocó en su puesto de frutas en el mercado de Iñaquito. “Ya no viene nadie”, comentó esta joven que consideró a este lunes como un día perdido, ya que el mercado lució casi vacío.
Solo el día sábado hubo concurrencia, pero el domingo y el lunes casi nadie. Según dijo, la gente llega poco a comprar a este lugar por el temor al contagio. Al inicio de la pandemia, la zona de Iñaquito fue de las más castigadas por el virus y, según Diana, esto perjudicó la concurrencia de compradores al mercado, porque la gente aún cree que es un foco de infección.
Sin embargo, a todas las vendedoras se les realizó la prueba PCR y ninguna puede trabajar sin haberse hecho este examen. Además, en este mercado se siguen todas las medidas de bioseguridad, lo cual contempla la desinfección de manos, el uso de la mascarilla y el distanciamiento social. De igual manera, a quienes acuden al mercado se les toma la temperatura y se les rocía desinfectante.
Carlos Vilatuña, quien se encarga de realizar esta tarea, explica que también se controla el aforo. Cuando hay mucha gente se restringe el paso a más compradores. Esto solo ha sucedido una vez, durante un fin de semana, porque el resto de días, el mercado está casi vacío.
Azucena León, quien tiene un puesto de hierbas para sanar distintas dolencias, comenta que los fines de semana solo hay gente en el área de comidas, un sitio que siempre fue visitado desde que se abrió el mercado.
Carmen Tutasi, otra vendedora, recalca que, para atraer las ventas, el mercado ha comenzado a abrir de nuevo los domingos, día que permanecía cerrado. Hoy trabajan de domingo a domingo para que los clientes puedan acudir sin problema.
En el mercado de Santa Clara hacen lo mismo para atraer a la clientela. Aunque resulta sacrificado trabajar los domingos, los comerciantes dicen que, por el momento, no tienen otra opción. A pesar de que los puestos de verduras y frutas permanecían casi vacíos, el comedor, sobre todo, el área en la que se expenden las corvinas estaba a reventar.
La gente iba y venía con sus bandejas de pescado y buscaba un puesto donde sentarse. Todos parecían ansiosos por degustar el plato. Los puestos de flores no atraían la atención de las pocas personas que pasaban por la calle Ramírez Dávalos. En los exteriores del mercado, Carlos Chasig, propietario de una camioneta de fletes se distraía leyendo una revista de comics a la espera de que algún cliente requiera sus servicios. Dice que antes de que llegara el virus las camionetas eran más solicitadas.