Los muros están vinculados al poder. Son la expresión de su envilecimiento. Son su símbolo, traen aislamiento, corte y separación. Como los fosos de los antiguos castillos, sirven para bloquear y defenderse. Casi siempre, su construcción de explica por el miedo, miedo de que se vayan los vasallos o de que lleguen los bárbaros, los extranjeros, los “otros”. Miedo a la libertad.
Los comunistas edificaron el Muro de Berlín por miedo. Miedo a la libertad que había que romper con alambre de púas, con perros y guardias armados. Miedo a la dignidad y a la autonomía de pensamiento. Así, ideólogos y dictadores del socialismo real encerraron a un pueblo, partieron familias, mataron el porvenir y sofocaron su humanidad en nombre de la utopía socialista, que se transformó en la gigantesca estafa política del siglo XX, de la cual el mundo aún no convalece.
Castro hizo del mar Caribe el muro de una prisión. Amigos de muros y alambradas fueron los fascistas. Lo fueron y lo son las dictaduras. De alambre de púas está hecha la realidad de los campos de concentración, de los gulags y los presidios. El muro, como símbolo de represión fue y es el espacio ideal para fusilar. Sartre capturó, en su libro ‘El Muro’, los instantes dramáticos de los condenados a morir ante esa indigna pared, en un monólogo estremecedor, en que los hombres, aferrados a la vida, viven los instantes finales paralizados por el miedo.
Hace 20 años, en una jornada ejemplar y aleccionadora para todos los poderes, los hombres y mujeres de Berlín derrocaron el muro que partió por tanto tiempo los destinos de los alemanes. Fue una fiesta y se esperaba que fuese el alumbramiento definitivo del nuevo tiempo. Y la tumba de los totalitarismos. Tras la caída del muro, quedó al descubierto la estremecedora verdad del socialismo real, la tristeza y la sumisión de una humanidad minusválida que vegetó a la sombra del Estado todopoderoso, dependiente de las burocracias autoritarias, producto del dogma de la construcción del nuevo hombre.
Después de 20 años, mal asimiladas las experiencias que la represión y el fracaso dejaron en el mundo, algunos pueblos giran nuevamente hacia el totalitarismo, resurgen los teóricos de los muros, vuelven las tarjetas de racionamiento y la supresión de las libertades. Vuelven el espionaje y la delación como métodos de control social. No será raro que después de un tiempo, entre discursos y banderas, las masas clamen a sus líderes por otros muros y nuevas cadenas, pero ahora, paradójicamente, será en nombre de los derechos y la democracia.
Queda, sin embargo, la memoria del derrocamiento del muro, la Bastilla del siglo XX. Queda la lección de adónde llevan los socialismos reales. Queda alegría de la caída, pero también, la hiriente huella que las púas, los guardias y los perros dejaron en la conciencia de la civilización.