Los medios, esa obsesión inútil

Marco Arauz Ortega. Subdirector

La táctica gubernamental de desprestigiar a los medios independientes parecería sofisticarse sábado a sábado. El presidente Rafael Correa ya no solo destina una parte de sus cadenas sabatinas a este propósito, sino que prácticamente no se refiere a ningún tema sin insultarla. ¿El desgaste vale la pena?  

A primera vista es buen negocio, pues se trata de convertir a la prensa en material privilegiado del espectáculo  que se prepara minuciosamente. Insultar a medios y a periodistas, en medio de cantos e imitaciones, mantiene viva la pasión y hasta arranca aplausos.    

Otro propósito es quitarlos de en medio. Sin esa molesta intermediación, el Gobierno puede exponer sin trabas sus verdades, sin preguntas ni cuestionamientos como los que se hacen en cualquier sociedad civilizada, a través de ruedas de prensa en las cuales el mandatario informa sobre temas no escogidos por él.  

Después de esta demolición, la aspiración gubernamental es que nada de lo que informen los medios sea tomado en serio. Pero eso es relativo, como quedó ampliamente demostrado, por ejemplo, en el caso de los contratos de su hermano Fabricio, o en investigaciones sobre lo poco que han servido las declaratorias de emergencia en los sectores eléctrico y petrolero.

De ese modo, la táctica se vuelve repetitiva. Pero tiene un defecto mayor: en ese formato, el Presiente no puede ir más allá del insulto y la mofa, y a veces de los anuncios, pero se le cierra el espacio para argumentar seriamente.

En esas condiciones, el supuesto enemigo no resulta del todo funcional y además provoca un autodesgaste. Pero lo más importante: el Gobierno no está en condiciones de cubrir la necesidad informativa de quien queda más allá de la raya que traza para distinguir entre amigos y enemigos. Para eso están los medios.  

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