Médicos se vuelven amigos de pacientes con cáncer

Amparito Basantes en el Hospital Metropolitano, en Quito. Foto: Patricio Teran / EL COMERCIO

Amparito Basantes en el Hospital Metropolitano, en Quito. Foto: Patricio Teran / EL COMERCIO

Amparito Basantes en el Hospital Metropolitano, en Quito. Foto: Patricio Teran / EL COMERCIO

Hay muchas cosas en la vida que Amparito Basantes no tiene claras, pero –cuenta– hay una sola que sí: nació para ser médica oncóloga.

Desde 1999, la actual oncóloga clínica del Hospital Metropolitano ha aprendido que en salud, “todas las áreas son maravillosas, pero la suya permite interactuar no solo como médico sino también como ser humano”. Es la fusión perfecta -asegura- para la humanización de la medicina.

Este martes 4 de febrero del 2020 se conmemora el Día mundial de la lucha contra el cáncer, con el objetivo de concientizar y movilizar a la sociedad para avanzar en la prevención y control de esta enfermedad.

Médicos oncólogos como Amparito Basantes se enfrentan día a día al cáncer junto a sus pacientes. Cuatro especialistas hablaron sobre esta labor con EL COMERCIO.

En el escritorio de la médica Basantes, una imagen de Jesús, tejida en punto de cruz la acompaña cada una de sus consultas. Comenta que cada vez que conoce a un paciente, mira la imagen y se pregunta qué necesita esa persona de ella.

“El éxito está en encontrar qué es lo que tú paciente necesita de tí”. Esto –dice- porque los pacientes oncológicos llegan luego de haber sido tratados por cuatro o cinco médicos. “Vienen escépticos, enojados con los médicos por haberles pedido tantos exámenes. Están demandando soluciones inmediatas a problemas con años de evolución”.

En su carrera, Basantes recuerda a un niño de 6 años con un cáncer muy avanzado. Se acercaba a los adultos –cuenta- a darles ánimo y a la doctora le enseñó que la sabiduría no tiene edad. El niño falleció.

También recuerda a otra paciente, madre soltera y sin familia, que en su etapa terminal por metástasis en un pulmón, causado por el cáncer de mama, tosía y se ahogaba. “Le preguntaba si está bien y siempre me respondía que sí. Hasta que un día le dije: me preocupas porque siempre me dices que estás bien y yo te veo ahogándote”.

La mujer le respondió: “lo que tú no entiendes es que yo tengo un cáncer en el pulmón y los senos pero no en el alma y mientras eso esté bien yo estoy bien”.

En todos sus años de experiencia, asegura Basantes, llora y guarda luto por cada paciente que se va. Pero se queda con sus familias.

Lo mismo le sucede a la oncóloga pediatra Gissela Sánchez. Ella va a bautizos, graduaciones y conoce a los hijos de sus pacientes que alguna tuvieron un tipo de cáncer. También ha visto como muchos de los niños que trató ingresaron al ejército, son médicos o chefs.

Lo más duro de la oncología pediátrica, señala la médica de Solca, es dar a los padres la noticia de que no hay nada qué hacer. Pero –asegura- a diferencia de los adultos, el cáncer en los niños sí se puede curar.

Sánchez calcula que el 95% de los pacientes a los que les dice que no hay nada qué hacer, de todas formas le dan un abrazo y le agradece. Las experiencias de la oncología –sostiene– son duras, ya que se forman lazos de amistad muy fuertes con estas personas y con sus familias.

La médica recuerda a un paciente con cáncer, cuyo deseo era conocer el mar. Se trataba de un niño de escasos recursos económicos que pudo cumplir su sueño. Se fue tres días a un hotel en Salinas, cuenta la doctora de Solca, quien hoy guarda una rosa con pétalos de diferentes colores que le obsequió la familia del pequeño.

Tras cinco meses de batallar contra una leucemia resistente a todos los tratamientos y luego de tres semanas de haberle regalado la rosa con pétalos de colores a su doctora, el niño murió.

Según la Sociedad Ecuatoriana de Oncología, en Ecuador se diagnostican 28 000 nuevos casos de cáncer cada año. Solo en Quito, en hombres se diagnostican unos 1 600 y en mujeres alrededor de 2 000.

El tumor más mortal en Ecuador es el cáncer gástrico. En Quito el promedio de muertes por año es 127, de 153 casos en hombres y 113 muertes, de 140 casos en mujeres. Tania Soria, presidenta de la Sociedad, enfatiza en que el índice es importante en cuanto a la mortalidad.

A la Sociedad de Oncología pertenecen 190 profesionales, entre oncólogos, radiooncólogos, internistas, radiólogos, patólogos y otros vinculados a la oncología. Soria señala que aunque cada vez se formen más especialistas para atender a pacientes con cáncer, la mayoría se concentra en las grandes ciudades, por lo que no se logra cubrir la demanda de la enfermedad.

Estos profesionales –dice la oncóloga clínica del Hospital Carlos Andrade Marín (HCAM), Carola Guerrero– además de plantear a los pacientes con cáncer una alternativa terapéutica, se involucran en sus vidas, “y eso no nos enseñan en las universidades”.

La mejor ayuda humana que pueden brindar –señala- es escuchándolos. “En otras áreas uno asume que el paciente enfermo debe ser tratado y se va. Acá además de apoyo para superar lo que les duele necesitan que les escuchen sus problemas del alma, quieren abrirse, conversar”.

Entre las tareas de Guerrero están, por ejemplo, convocar a las familias de los pacientes para conversar con ellos. Cuenta que la mayoría de veces eso es necesario, “porque por protegerlos, la familia quiere aislar al paciente y le inhiben de vivir experiencias que son favorables para él”.

Pese a las experiencias en las que el cáncer le ha ganado la batalla, la médica enfatiza en que padecerlo no es sinónimo de morirse de inmediato. “Todos vamos a morir y no podemos negarnos a esa realidad”.

Cada médico tiene diferente influencia -dice el jefe de servicio de cirugía oncológica de Solca, Edwin Guallasamín. La suya fue haber tenido una enfermedad que cuando era muy pequeño se conocía que era incurable. “Eso me impulsó a tratar de ser un mejor médico que los que me atendieron en aquella época”.

Cuando empezó a atender pacientes oncológicos, Guallasamín recuerda que era muy difícil verlos después de darles malas noticias. “Se ponían a llorar y no sabía cómo calmarlos”. Con el tiempo supo manejarlo. Cree que el amor es fundamental para hacerlo de forma cauta.

Cuando se graduó de cirujano oncólogo, Guallasamín fue a devengar su beca en Ambato. Allá conoció a una familia de muy buenas personas. Una de ellas, que lo acogía en su casa, se enfermó con cáncer de colon.

“Le pudimos diagnosticar, operarle, salió el tumor, la cirugía fue muy bien, pero lastimosamente la paciente se murió en el postoperatorio con un infarto y eso a mí me afectó mucho. Tanto que no pude operar un mes entero, no quería entrar a operar, me sentía mal”.

Aunque su trabajo le da muchas gratificaciones y percibe lo orgullosos que están de él su esposa y sus hijos, el cirujano considera que “lo más triste es cuando a pesar de todo el trabajo que uno hace, a pesar de poner todo el cariño, el conocimiento, las habilidades, el cáncer nos vence y el paciente fallece”.

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