Me han dicho siempre que Curitiba en Brasil es un ejemplo de urbe para y por los ciudadanos. No me enteré a profundidad que existen otras como Medellín que han tenido que reconstruirse desde la violencia y la descomposición social. En este caso en particular el esfuerzo ha sido titánico. Entre 1998 y 2002, la situación era insostenible.
Barrios como el de Santo Domingo resultaban prácticamente impenetrables debido al enfrentamiento sin tregua de las pandillas de barrio. Carteles del narcotráfico, guerrilla, pandillas y delincuencia común intraciudad, amén de carreteras intransitables como la temida entre Bogotá y Medellín, hacían de este lugar un nicho de vida llena de miedo y sospecha.
Una gran novela del antioqueño Héctor Abad Faciolince ‘El olvido que seremos’ (Planeta, 2009, 20ed.) ilustra magníficamente la realidad vivida por estos años.
Lo hace a través de la historia dulce y amarga que se construye alrededor del afecto de Abad por su padre, cruelmente asesinado. La obra es el recuerdo de la barbarie de una época que ha marcado indeleblemente la vida de millones de personas de esta región colombiana.
En la actualidad Medellín -o bellos e industriosos pueblos alrededor como Santa Fe de Antioquia- es un lugar que merece ser visitado no solo por el encanto y generosidad de su gente, sino como modelo de rehabilitación urbana en torno a la cultura de la paz y la educación.
Los parques biblioteca como el de España en el citado Santo Domingo (ganadora de la última Bienal de Quito), las plazas de las Luces o de los Pies Descalzos, el Parque Explora, el metro y los teleféricos, el Jardín Botánico con su extraordinario orquideario, o la Plaza de las Esculturas de Botero, el Museo de Antioquia, invitan a los ciudadanos y visitantes a llenarse de sorpresas, vivencias y conocimiento sobre esta región cafetalera y aurífera.
Terminé mi visita de profesora de juventudes y turista deseando que nunca pasásemos por una historia similar, que nuestros gobernantes jamás plegasen ni por un instante a las presiones de este tipo de grupos, negociando jamás.
Convendría que nuestros políticos visitasen Medellín y entrevistasen al habitante común y corriente, se llenasen de historias de vida de terror, sopesasen cuánto sufrimiento han vivido las dos últimas generaciones y cuánto ha costado este paso a una nueva forma de vida en términos humanos, urbanísticos, políticos y demás.
No podemos seguir siendo chatos a la hora de pensar en la seguridad y bienestar de nuestros pueblos, un gobierno (siempre ave de paso) no puede comprometer éstas, las más básicas necesidades del ser humano. También terminé mi visita deseando que los latinoamericanos conociésemos mejor nuestras comunes realidades y con ello construir de veras un frente sólido, de relaciones y ayuda mutua.