Un matrimonio que venció barreras

Redacción Sociedad

Cuando mi familia supo que iba a casarme con Roberto (Galiano) recibí críticas. Mi mamá me dijo que sería  una enfermera toda la vida. Mi papá se deprimió porque era la niña de sus ojos, mis tías me abrazaron, mis amigas y colegas me dijeron: “Piénsalo bien...”.

El matrimonio no es fácil para nadie. Pero cuando tu pareja se mueve en una silla de ruedas, los problemas son   físicos. Una se enamora de la persona y no ve  la silla de ruedas, el bastón o  los lentes, sino  el conjunto.

Desde hace 23 años somos esposos. Conocí a Roberto hace 25, pues pidió mis servicios como fisioterapista. Al verlo desenvolverse supe  que no necesitaba más rehabilitación. Vino de Estados Unidos y traía      libros sobre el tema, lo visité un par de veces.  

Desde el principio me llamó la atención, era  un joven de 23 años,  muy guapo,    cortés y educado. Nos  hicimos amigos rápido. Nos gustaba  hablar  por teléfono. Un día me invitó a comer pizza y escogió servicio al auto.  Él manejaba una Blazer grande,  con  controles manuales. En  nuestra segunda salida comimos hamburguesas, también con servicio al auto. La tercera vez le pedí ir a  un restaurante  de planta baja. Superamos una grada pequeña con algo de
ayuda, varias  veces fuimos al cine 24 de Mayo.

La gente siempre te mira cuando vas junto a alguien diferente. Yo por ser  terapista nunca le he puesto  atención a eso, a mí no me  importa. Nací en  Latacunga y cuando les conté a mis padres sobre cómo era  mi enamorado, ellos creían que se me pasaría. No le dieron importancia.

Luego de unos meses, Roberto y yo nos  peleamos por las discusiones típicas de los enamorados. Él  regresó a Miami, en EE.UU.,   y yo trabajé en Manta.

Cuando nos volvimos a ver en Quito me pidió matrimonio. 

Mi madre lo telefoneó y le pidió que no se casara. Él, resuelto, le dijo que  si  sintiera que no puede  darme una vida normal no lo haría porque me amaba  demasiado. Tuve una boda civil con   champán y una ceremonia eclesiástica en la iglesia de Guápulo, en la que lucí un vestido de cola larga...Desde que éramos novios, queríamos  tener hijos, incluso  hablamos de adoptar si se presentaran dificultades.

Yo siempre he sido guagüera, somos cinco hermanos en mi familia. Gracias a Dios  nos casamos y de inmediato quedé embarazada. Creemos que mi  hija
Andrea, de 22 años, es una bendición.  La relación de pareja no es un jardín de rosas, como todos  enfrentamos  dificultades, peleamos por cosas simples como aquí puse una toalla o no... Pero también enfrentamos otras situaciones.  Yo debía  cargar la pañalera, el coche de la niña, mi cartera y  ayudar a Roberto  con la silla para que bajara del auto, llevar las   maletas, etc. Pero una se acostumbra a eso.

Nuestra casa no tiene ninguna adaptación especial, apenas un ascensor para que lo lleve del área social a los dormitorios. Las cosas están a su alcance.

Durante las vacaciones busco hoteles sin muchas gradas o con accesos entre una planta y otra, puertas de baño de al menos 80 cm, para que ingrese con la silla de ruedas. Evitamos  los feriados porque en Esmeraldas es complejo abrirse paso caminando, mucho más en silla.  A él no  le gusta cocinar, si entra a la cocina hace un buen canguil en el microondas (sonríe).  Cuando estábamos más jóvenes, en la época en que sus compañeros oficiales se casaban, bailaba mucho. Una vez la novia se quitó los tacones para bailar cómoda con él, yo  temía que lastime sus pies con las llantas de la silla. Roberto se desenvuelve bien, le gustan los deportes extremos, nadar, manejar cuadrón, hacer caída libre, es muy independiente.

La fertilidad y chicas Down

En el mundo se han reportado  15 casos de mujeres con síndrome de Down que han tenido hijos. El genetista Milton Jijón  ha estudiado a    300 pacientes, una de ellas fue abusada por un hombre regular o sin discapacidad y dio a luz a una niña.

La hija de la chica,  de 29 años, hoy tiene 15 y  también nació con síndrome de Down.   Los hombres con la trisomía 21  son infértiles. Tienen deficiencias en sus espermatozoides que no les permiten fecundar, dice  Jijón, quien  aconseja cuidar a los chicos, pues  si tienen una discapacidad moderada y grave no logran asumir   las obligaciones de un emparejamiento. “Carlita ha tenido varios enamorados. Sabe lo que es bueno y malo y lo que  le pasaría  si se sobrepasa y tiene sexo”, dice Martha Andino, de 59 años. Su hija Carlita Pesántez cumplirá 25 en junio, tiene síndrome de Down.

Ella  cursa el  segundo año en el Colegio Horizontes. Su edad mental es de  15 años.  “Tiene derecho a  enamorarse, quizá un día se case. Antes  debe terminar sus estudios y trabajar. Pero  sabemos que no podría estar sola con su pareja”. La madre no decide si ligar  o no a su hija para evitar un embarazo. Los padres de Carlita y de seis chicos con discapacidad intelectual emprenden un proyecto de venta de tomates.

La unión, una decisión de futuro

Los padres de personas con discapacidad intelectual tienen todo  el derecho de vigilar las relaciones de pareja de sus hijos. Lo importante es que traten de no  invadir su privacidad.

La gente debe estar clara,  si se produce un embarazo, la responsabilidad estará en manos de los padres. La familia debe recurrir a  asesoramiento profesional  para decidir si  desea infertilizar a sus hijos.

En las relaciones  de personas sin  discapacidades, la pareja debe tomar una decisión de vida antes de casarse. Mucho más, es necesario pensar,  si presentan algún tipo de diferencia. 

El joven y la joven deben pensar  qué quieren hacer en el futuro. Si alguien sin problemas físicos se  une a quien se moviliza en una silla de ruedas, deberá  levantarlo en brazos para ir al baño, una actividad tan íntima, entre otras acciones de la vida cotidiana.  Por eso ambos contrayentes o los novios deben razonar sobre su decisión personal, pensar en el mañana, una unión no es un capricho.

Quien adquiere una discapacidad biológica la puede compensar con bastones o sillas, pero el daño emocional es difícil de superar. Allí se deben apoyar mutuamente.  Es importante la actitud, lo que quieren proyectar. Si soy invidente debo cuidar mi higiene porque  el amor empieza por los ojos, también depende de lo que proyecto, si es apatía, pesimismo, alegría...

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