Víctor Vizuete E.
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El embrujo del planeta toros está suelto. Todo está listo. Las tascas, las modelos y sus anzuelos de licras y blusas puperas, los locales cerveceros y sus combos…
Todo esta en su punto pero, ¿y los toreros?, ¿qué hacen los matadores mientras esperan el día de la presentación?
Casi todos tratan de permanecer en el anonimato y llegan hasta los ‘counters’ de los hoteles con el pasaporte propio… pero con el nombre prestado.
El asunto es pasar inadvertido para encontrar el relax total; para rumiar el miedo que producen las vísperas de las corridas en unión de unos pocos allegados.
Pero esa es solo la etiqueta. Todos –incluidos los ayudantes, banderilleros y picadores- se entrenan como esos monjes de las películas de Kung fu chinas para alcanzar el máximo nivel, tanto físico como técnico.
Como monjes mismo, afirma Gregorio Escobar, “Los días previos a la corrida son de cotidianidad monástica. Se entrena como un comando tigre, se descansa sin descanso y se duerme como un angelito”. ¿De sexo?, mejor nada, porque el matador tiene que estar con todas sus energías intactas y esos ajetreos desgastan mucho, dice el ayudante medio en serio y medio en broma.
Bueno, no es tanto como meterse a un convento, reconoce el matador latacungueño Diego Rivas. “Un tinto y una conversación amena con los amigos siempre son gratificantes. Eso sí, hay que acostarse tempranito y tratar de dormir el mayor tiempo posible… lo que no siempre se puede”.
Como afirma Rivas, quien debutará en la feria mañana, el toreo es un arte practicado por verdaderos deportistas. “El torero debe estar con un óptimo estado físico porque ponerse al frente de un astado de casi 500 kilos que embiste con la fuerza de una locomotora no es un juego, es cuestión de vida o muerte”.
El entrenamiento se divide en dos fases: la preparación física y el toreo de salón, que no es sino repasar pases y figuras frente a un carretón que tiene una cabeza de toro disecado y es empujado con todo vigor por uno de los panas. Y este carretón pesa unas 50 libras, por lo menos.
En eso andan los Tortugas, Neptalí y Gabriel Caza, padre e hijo. En esos parques, Milton Calahorrano le pasa ‘rally’ a su heredado apodo de Diablo y ‘El borrego’ pone a punto sus quiebres de gran banderillero.
Guillermo Albán también se entrena en uno de esos parques. Lo hace junto al banderillero y ex torero Pablo Santamaría, el novillero Pablo Santamaría júnior y el profesor Estuardo Loza.
Ellos entrenan a doble turno. Dos horas y media por la mañana y otras tantas por la tarde. En lo físico, explica Albán, realizamos ejercicios aeróbicos, anaeróbicos y de potencia durante unas dos horas, más o menos.
“A veces trabajamos con el traje de luces debajo del calentador. Para que este se vaya ‘amansando’ ya que es muy tieso cuando está nuevo y, pesa entre 15 y 18 libras”, cuenta Santamaría.
Rivas, en cambio, prefiere el parque de La Carolina, en un descampado cerca de la Cruz del Papa. Todos los días, desde las 08:00 hasta las 13:00. Dos horas de exigente trabajo físico, privilegiando los ejercicios de agilidad, fuerza y potencia; el resto de toreo de salón. En ese lapso perfecciona sus ya clásicas lopecinas, ese pase de capote inventado por El Juli y que a él le sale dibujado.
Otros toreros prefieren la intimidad de las fincas y haciendas. El novillero ecuatoriano Juan Francisco Almeida, que vivió siete años en México y que toreará el 5 de diciembre, se prepara en una hacienda cercana a Machachi.
El entrenamiento es exigente. Según sus propias palabras, “pasó todo el día con la muleta en la mano. O haciendo ejercicios”.