La quiteña Margarita Elizalde lucha contra la insuficiencia renal crónica. Foto: Cortesía
La quiteña Margarita Elizalde ha enfrentado algo muy parecido a una batalla en los últimos 25 años. Ha pasado la mitad de su vida entre médicos y tratamientos por insuficiencia renal crónica, un mal que afecta el funcionamiento del riñón. Y aunque el camino ha sido complicado, ella ha sabido vivirlo con fuerza junto a su familia.
Aquí su historia:
“Hace 25 años me detectaron insuficiencia renal crónica, debido a que tuve riñones poliquísticos. Pasé 11 meses en diálisis y me hice un trasplante de donante vivo en el Seguro Social.
Mi hermano, de 20, me donó su riñón. El órgano era joven, por lo que duró ocho años. Nuevamente aparecieron los quistes y volví a diálisis. Hoy llevo 15 en este tratamiento: 12 en hemodiálisis y tres en peritoneal.
En los 10 primeros años estaba bien y hacía mi vida normal, pero los dos últimos sufrí endocarditis. Es una inflamación en las válvulas del corazón, producto de una bacteria. Me ponían antibióticos muy fuertes. Era muy duro y debía movilizarme mucho para que me los administren; incluso estuve en terapia intensiva.
A la hemodiálisis acudía tres días por semana: lunes, miércoles y viernes. A las 05:30 salía de mi casa e iba a la institución para el tratamiento. Era muy cansado y volvía solo para acostarme y dormir. Solo laboraba dos veces por semana.
Luego de ello y como ya no tenía accesos vasculares, pasé de hemodiálisis a la peritoneal. Actualmente tengo la máquina en mi casa; ya no debo salir, por lo que mi calidad de vida mejoró. Todos los meses me mandan los insumos a mi casa.
La clínica privada, a la que me derivaron desde el Seguro Social, supervisa mi caso, a diario. Aunque antes de entregarme la máquina recibí una inducción por parte de los médicos y enfermeras. Duró una semana. En ese tiempo aprendí el mecanismo y el tiempo del tratamiento: casi 10 horas.
Primero me conecto a la máquina por medio de un catéter que ayuda el paso del líquido a mi organismo para que pueda limpiarlo, ya que como tengo esta enfermedad no puedo evacuar. El aparato cumple las funciones de mi riñón.
En la noche, mi esposo me ayuda poniendo los líquidos en la habitación. Aún no requiero un cuidador.
A las 21:00 pongo todo en la cama. Es el área en donde me hago el tratamiento. La máquina está en una mesa, construida para ella. Me coloco la pijama y la mascarilla, me lavo bien las manos y procedo a limpiar los insumos con agua y jabón. Luego los seco bien y los conecta a un módem, que envía la información para posterior monitoreo.
Cuando termina el proceso, me quedo con algo de líquido en el organismo para seguir con la dialización a lo largo del día.
Durante estos años aumentó mi fe y me acerqué más a mi familia. Me di cuenta lo valiosa que es la vida y los momentos con las personas que amo.
Mis hijos tenían 8 y 4 años, cuando me enteré de la enfermedad, por lo que ellos han aprendido a vivir con ella. Han sido mi soporte y han estado allí siempre. Por ellos he sido más fuerte.
Desde que nació mi nieta me volvieron las ganas de vivir. Ella es la luz de mi vida. Tiene 8 años y está en cuarto año.
Por la pandemia pasamos juntas, ya que tiene clases ‘on line’. Y yo no salgo mucho por las complicaciones de la enfermedad, solo para controles médicos.
Ahora espero tener más oportunidades para seguir compartiendo con mi familia. Por ello sí espero vacunarme contra covid-19 para estar más protegida”.