En las manos de Himelda Rivera, de 57 años, descansa una serie de fotografías desgastadas de su hijo, Marco Oto. A su mente llega una de las frases finales que escuchó de él, el lunes 7 de octubre del 2019, cuando el joven salió a trabajar: “Mamita, no te preocupes. Con mi trabajo, prontito voy a sacar un préstamo para operarte la rodilla”.
Pero el martes 8 de octubre, Marco murió por un trauma craneoencefálico tras haber caído del puente de San Roque, en el centro de Quito. Sucedió la tarde del lunes 7 de octubre durante una persecución policial en la que, junto con otros jóvenes, quedó atrapado entre agentes motorizados y una reja en el contexto de las protestas contra las medidas económicas del Gobierno de Ecuador.
En una vivienda pequeña, ahora llena de imágenes de ‘Marquito’, el penúltimo de sus cinco hijos, Himelda abre las puertas, en Atucucho, un mirador de Quito, en la periferia, en las montañas del noroccidente. Allí repasa los videos que circularon en redes sociales en los que se logra observar los cuerpos de dos personas: su hijo Marco y José Daniel Chaluisa, quien también murió por una hemorragia pulmonar tras la caída del puente de San Roque.
Son imágenes fuertes, pero las muestra porque evidencia que varias personas huían de agentes motorizados e intentaban cruzar una puerta ubicada en medio del puente. “Él tenía una discapacidad neurológica del 46% que le impedía correr o realizar movimientos bruscos, además de que fue diagnosticado con atrofia muscular cuando era un niño. Si los policías lo vieron allí, ¿por qué no le advirtieron, por qué no le dijeron que se aparte? No les importó”, cuestiona.
Marco nació el 14 de junio de 1993 en Quito. Inquieto, disfrutó de paseos en los parques cabalgando caballos, la música y aventuras con sus hermanos, especialmente con Marcia, la menor de la familia Oto. Foto: Roberto Peñafiel/ EL COMERCIO
El lunes 7 de octubre, recuerda Himelda, Marco se levantó a las 05:00, la abrazó y le pidió la bendición. Tomó su chaqueta y gorra negras, desayunó y se alistó para ir a la empresa en la que laboró durante ocho años. “No había transporte, pero él me dijo que no me preocupara, que tomaría un taxi. Así se fue. Luego vi en las noticias que ya no había paso hacia la avenida Panamericana norte, donde queda su trabajo, por las protestas”, cuenta Himelda.
Al no poder continuar su trayecto, dice la madre, Marco decidió ir al mercado de San Roque y comprar dos pantalones, uno para él, otro para ella. Era una tradición cómplice entre madre e hijo. Desde que era niño, el mercado de San Roque se convirtió en una ‘hueca’ en la que su pequeño siempre encontró la indumentaria que deseaba.
Durante la tarde del lunes, ya no supo más de Marco. Himelda llegó a casa a las 18:00 y comenzó a rezar. A las 23:00, la familia recibió la noticia: Marco fue trasladado por una camioneta particular al Hospital Carlos Andrade Marín, tras sufrir un trauma craneoencefálico por la caída. “Cuando llegamos, los doctores nos dijeron que Marco tenía muerte cerebral y estaba conectado a una máquina que lo mantenía con vida”, relata.
Himelda dice que no pudo reconocer a su hijo: su rostro estaba desfigurado, sus brazos y pierna izquierda rotos. “No sabemos cómo cayó o si fue golpeado antes de la caída. Los doctores nos explicaron que ya no había nada que hacer, que no iba a sobrevivir a una operación. Solo pedí que esperen a que Dios se lo lleve…”, recuerda.
Marco (der.) junto a su hermano mayor Jorge Oto. El joven siempre fue apegado a sus hermanos. Para ellos, Marco fue símbolo de unión en su núcleo familiar. Foto: Roberto Peñafiel/ EL COMERCIO
Marco murió a las 14:20 del martes 8, según el certificado de defunción, debido a una “hemorragia y laceración cerebral” causada por el trauma craneoencefálico.
Siempre fue un hijo cariñoso. Cuando niño, ‘Marquito’ danzaba cumbia con su madre, pero también la impulsaba a no decaer con un abrazo. Y, antes de morir, fue un signo de amor la despedida del joven a Himelda. “Entré a la habitación y le dije: ‘Mijito ¿qué haces aquí? ¡Vamos a la casa, levántate! Le tomé su manito. Él -aunque estaba muy débil- con sus dos deditos apretó la mía…ahí se me fue”.
La madre regresa a los registros visuales; los desentraña y afirma: “Mi hijo no era un manifestante ni un delincuente. Cuando los policías comenzaron a perseguir a la gente, mi hijo estaba en el puente. Marco fue acorralado también y no pudo correr. Creo que quería refugiarse en esa malla que también fue impactada por las motocicletas. Su cuerpito ya no avanzó…eso hizo que se caiga. Él, todavía con vida, pidió ayuda con su manito y aunque estaban cerca, ningún policía le ayudó”, dice.
María Paula Romo, ministra de Gobierno, confirmó la muerte de Marco el 10 de octubre y anunció que lo ocurrido con el joven se investigaría. Himelda pide que esa investigación sea justa y objetiva.
“¿Por qué la Policía no hizo nada cuando vio a mi hijo y al otro hombre en el suelo? ¿Por qué los atacaron? Necesitamos respuestas”, afirma.
Juan Carlos Benalcázar, abogado de la familia Oto, explicó a EL COMERCIO que “esperan que Fiscalía tramite la autopsia completa de Marco para iniciar la estrategia legal y se inicie una indagación por la muerte”. El jurista señaló que “la actuación de la Policía fue imprudente al subir con motos a un puente peatonal donde había gente y no precautelar su seguridad. El Estado debe responder por ello”.
Apasionado por el sentido social de las líricas del punk, Marco también amaba a los animales. En su hogar y junto a su familia, cuidaba a tres perritos. Foto: cortesía Familia Oto Rivera
Ahora, la memoria de Marco toma un nuevo sentido para sus padres y sus hermanos Christian, Víctor, Jorge y Marcia. “No descansaremos hasta que el Estado reconozca lo que sus policías hicieron. No me cansaré de limpiar su nombre”, reclama la madre.
Para ella y Luis Oto, su esposo, Marco fue un sobreviviente. Cuando cumplió dos años cuatro meses, el entonces pequeño sufrió una grave fiebre que le produjo un daño cerebral. “El doctor me dijo no iba a vivir muchos años, pero yo lo cuidé y él se superó”, relata la madre.
Pese al diagnóstico médico, Marco culminó la escuela y después el primer año de colegio. Aunque no terminó esa etapa escolar porque su salud se resquebrajó, no se limitó. En la adolescencia, comenzó a trabajar como pasabolas en el Club de Tenis Buena Vista, mientras se capacitaba en computación y gastronomía en Conquito.
Cada pago era un aporte para su hogar, pero también para cultivar su gusto por el punk, que compartió con su hermano Víctor. Tenía un oído prodigioso y adecuado a la vieja guardia del género. Bandas como Notoken, Ilegales, La Polla Records y Eskorbuto eran parte de su colección, además de su afición por el cine latinoamericano.
Cuando cumplió 18 años, Marco consiguió trabajo como empacador de una empresa dedicada a la comercialización de bebidas. Allí no solo desarrolló habilidades de liderazgo y trabajo en equipo, sino que creó lazos con sus compañeros que lo recuerdan como un ser humano decidido.
“Siempre tuvo este espíritu lleno de música y lucha. Por eso estamos aquí, para mostrarle al país la calidad de ser humano que fue mi Marquito”, se enorgullece Himelda.