Seguramente Manuel de Guzmán dedicó más tiempo de la vida a otros aspectos de su amplia labor intelectual, que no a la de historiador. Él fue jurista, diplomático, profesor universitario, político, hombre de Gobierno, pero hay que reconocer cómo los años más recientes los empleó con singular lucimiento, con fervor ejemplar y contagioso, a la dirección de la Academia Nacional de Historia, que fundara hace un siglo el arzobispo González Suárez, “el más grande entre todos los ecuatorianos”.
Perteneció al grupo más íntimo y doctrinario de los fundadores del socialcristianismo, junto con Camilo Ponce Enríquez, y por eso no es de extrañar que Guzmán Polanco fuera a su momento el verdadero creador del Seguro Social Campesino, sin alharacas ni estridencias propagandísticas, sino como un deber de justicia hacia los más pobres, puesto que el socialcristianismo, movimiento primero y partido después, intentó sintetizar el fondo de religiosidad común con la doctrina social de los papas más modernos.
Como historiador, le correspondió el delicado encargo del Bicentenario del Primer Grito de la Independencia política.
Entonces publicó un libro de admirable equilibrio y sensatez; lo tituló ‘Quito Luz de América’ y en él, dos capítulos correspondieron al estudio de Jorge Núñez Sánchez.
Allí se demostró la singularidad del “golpe” del 10 de agosto, entre los pueblos latinoamericanos y por eso mismo, el honrosísimo título de Luz de América, precisamente, que le atribuyera un chileno, el fraile Camilo Henríquez, contemporáneo de aquellos acontecimientos.
Y no solo eso. Reunió en Congreso a las Academias de Historia de varios países; logró que culminaran las gestiones para que la Academia de nuestro país dispusiera por fin de ‘casa propia’ en la avenida Seis de Diciembre, del Quito moderno; transmitió vida vibrante a los ‘núcleos’ de Cuenca y Guayaquil, como testimonio irrefutable de la unidad de la Patria y recibió con extrema justicia, el Premio Eugenio Espejo a las instituciones culturales que hubieran tenido descollantes desempeños.
Precisamente a raíz de esta distinción, tuve oportunidad de conversar con Manuel el 20 de agosto, a través del canal 3 de Cable Noticias. Con sabiduría que surge de la experiencia, formuló el balance sobre el camino recorrido desde hace doscientos años.
Pero se emocionó con apasionamiento, al explicar el mensaje del Bicentenario hacia el inmediato futuro.
Clamó entonces por la solidaridad entre todos los ecuatorianos sin distingos admisibles de índole alguna, geográficos, sociales, doctrinarios, económicos, ni políticos.
“Solo entonces –enfatizó con fuerza– será posible alcanzar la independencia no formal sino real, en los términos de la paz y la justicia”, recalcó una vez más.