‘Antes de tener este trabajo, yo no conocía el páramo. No sabía que era así de enorme; tampoco sabía que ahí nace el agua que llega a Quito.
Tengo 38 años. Y con orgullo puedo decir que soy el guardián del agua. Hace 20 años trabajo recorriendo el Antisana, antes lo hacía para el Ministerio del Ambiente y ahora para la Reserva Hídrica Antisana.
Recorro a caballo unas 8 800 hectáreas, para ver que las fuentes de agua estén bien y que no haya cazadores. Es importante lo que hago. Por si a alguien le interesa, estoy ‘soltero y disponible’.
Recién cumplidito los 18 entre a trabajar acá. Vivo en Píntag. Luego de graduarme de Sociales en el Colegio Nacional Píntag, un amigo me dijo que presente la carpeta para un trabajo en el páramo. Me llamaron para la entrevista y creo que contesté bien todo, por eso me aceptaron.
Me perdí
El primer día me perdí. Me dijeron que cogiera el asfaltado hasta un puente y de ahí subiera al Antisana. Como para allá no hay carros, me tocó ir montando. No sabía cómo llegar y me demoré cuatro horas y media. Pero lo hice. Los otros días ya iba en moto.
El páramo es inmenso. Todos los días tengo que vigilar. Salgo a las 07:30 y en media hora ya estoy en la Casa Antisana, la matriz que está junto a la Casa Humbolt.
A las 08:00 en punto recorro en caballo los caminos y veo que no haya animales muertos en el río, porque eso afecta a la calidad del agua que llega a Quito. Paso por ríos grandes y riachuelos.
Hay cinco rutas: río Jatunhuaico, Coraljucho, Santa Lucía, San Tantón y Carrera Nueva. Esta última es la más larga, demora de cinco a seis horas. La más corta es Coraljucho, y toma cuatro horas.
Por eso siempre llevo una mochila con refrigerio. A veces tostado con jugo, pancito, unos caramelitos… Lo más común es encontrar venados muertos. Los perros altaneros o salvajes los matan y se los comen un poco. Lo que hago es alejarlos del agua y ponerles en algún lugar para que los cóndores hagan la limpieza. Es bien lindo ver esa enorme ave cómo se acerca y se alimenta.
Los cóndores
El cóndor abierto de alas mide más de tres metros. Es grande, más que un carro. Ahora ya no me da miedo, es más, les tomo fotos y anoto las coordenadas para hacer los informes mensuales que se entregan a los jefes.
No se imagina el frío que hace ahí. Para salir, me pongo mi zamarro de caucho y mi poncho de caucho. Siempre los uso porque el viento pega duro en las piernas. Aunque la verdad ya estoy acostumbrado y ya no siento tanto frío. Cuando caen las nevadas, ahí sí no se puede ni salir.
Me encierro en la casa matriz y prendo la chimenea. Imagínese, hace menos 10 grados. Antes éramos dos guardapáramos que trabajábamos para Agua de Quito, pero mi compañero se jubiló recién y quedé solo. Además, hay cinco cuidadores del Fondo para la Protección del Agua, Fonag.
Un par de veces he encontrado cazadores que se han portado mal. No les gusta que les diga que ahí no se puede cazar ni pescar. Se han enojado, pero menos mal nunca me han alzado la mano.
Animales silvestres
Mirar a los animales es otra de las cosas lindas de este trabajo. Los conejos, los venados… Se hacen amigos, verá. Me acerco para hacerles fotos y no se van. Son bien mansos algunos.
Este oficio también tiene sus riesgos. Una vez me perdí. Salí a unas rondas y justo cayó una nevada tremenda. Anduve dos horas por ahí, sin saber dónde estaba. Menos mal encontré un alambrado y me di cuenta que estaba en una hacienda y ahí me ubiqué.
Los rescates
Si yo que conozco todo esto, como la palma de mi mano, me perdí; imagínese el resto. Varias veces he ayudado a rescatar a gente extraviada. Hace cuatro años se perdieron unos turistas que visitaban la Ruta del Cóndor. Armamos unos equipos entre la gente del Epmaps, la Fonag y el Ministerio del Ambiente y menos mal los encontramos.
Uno de los gringuitos estaba bien mal con hipotermia. Tuve que darle mi caballo para que le llevaran rápido hasta el hospital.
Aquí, hasta las defensas se mejoran. Me enfermé de covid-19 en julio de 2020, pero de ahí hasta el momento, ni gripe me ha dado. Lo que más me gusta de mi trabajo es servir a la comunidad. El agua de estos páramos va al proyecto Mica Quito Sur y llega a todo el sur de la ciudad. No puedo creer cómo la gente la desperdicia. Si supieran todo el trabajo que toma que llegue a sus casas. A veces las personas no se dan cuenta de que tenemos un tesoro.
Tranquilo es el trabajo. Aquí no funciona ni el celular; no hay señal ni de humo, por lo que puedo concentrarme en la naturaleza. Me gano mi sueldo básico en paz y sirviendo al pueblo”.