Reportería: Giovany Astudillo, Modesto Moreta, Lineida Castillo, Carlos Velastegui y Francisco Moreno.
El barro seco rodea la casa de Eva Loor, quien vive en Estero Seco, en la parroquia Boyacá (Chone), norte de Manabí. Hasta hace poco, allí había pastos verdes para alimentar al ganado.
La casa de Loor está en una montaña polvorienta. La vertiente más cercana está a más de 200 metros. “Aquí no hay agua ni para uno”, dice, mientras alimenta a sus gallinas.
Con el fin de obtener el agua para su hogar, Loor se dirige a diario, con canecas de 10 galones, a una vertiente. Su rutina se inicia a las 08:00 y realiza tres viajes al día. El líquido que obtiene está lleno de sales minerales y con esa agua alimenta a sus cuatro hijos. La sequía también afecta al ganado. Para calmar la sed de sus animales, Loor acarrea el líquido de otro estero, que está en peor condición higiénica.
En esta tarea le ayuda su sobrino Alfonso Loor, de 21 años, quien tiene síndrome de Down. Él llena los recipientes de caucho elaborados con los desechos de llantas.
Desde la casa de Loor se observa una vía polvorienta, por donde circulan contados automotores. Allí también hay burros que cargan canecas. Los granjeros los encaminan al estero de la zona para aprovisionar de agua.
En donde no hay vertientes, la Municipalidad de Chone edificó cisternas y tanqueros. Allí acuden los campesinos con mulas y recipientes.
Pasado el mediodía, la vía Estero Seco–Boyacá tiene otra dinámica. Los alumnos de colegios y escuelas acuden a los reservorios llevando recipientes plásticos. José Barre y Paúl Balaroso están en el sexto curso del colegio Juan Cruz. “Ocho canecas nos sirven para día y medio”, dicen.
Los ganaderos de la región están preocupados. Según el presidente de la Junta Parroquial de Boyacá, Daniel Quevedo Cedeño, en la zona hay 150 ganaderos afectados y 30 000 cabezas de ganado que están en riesgo por la falta de agua.
Por ello, José Zambrano, presidente de la Cooperativa Agropecuaria de Chone, pide la declaratoria de emergencia para el sector ganadero de Manabí. Para él, las medidas urgentes son la dotación de melaza, rechazo de banano y balanceado.
Zambrano niega la posibilidad de trasladar el ganado a Santo Domingo de los Tsáchilas o a la Amazonia. Solo en Chone hay 270 000 cabezas de ganado. “En ningún lugar hay sitio”.
Hoy quedan pocos pastizales en la zona baja de Chone. “En esas áreas (unas 12 000 hectáreas) alimentamos, aunque poco, al ganado”, dice Zambrano. Según él, las pérdidas ya se sienten. Una res que valía USD 400, ahora cuesta 300, por su peso.
El ganado sufre en Azuay
Una situación similar se vive en Azuay. Los esfuerzos de María Tuba, de 42 años, para abastecer de agua a sus cuatro vacas son en vano. Hace lo posible para que una bomba de succión saque líquido del casi seco río Tarqui. Su idea es que llegue a los pastizales donde comen sus animales.
Cuando la bomba tiene una avería lleva en baldes el líquido, con la ayuda de su hija Ana Tuba, de 16 años. Su madre luce una pollera violeta, un sombrero negro y botas de caucho. Así le es más fácil pararse para extraer agua del río Tarqui, convertido en un riachuelo insignificante.
Tuba gasta USD 16,50 al día por el alquiler de esa bomba de succión, más los USD 20 a la semana para el combustible. A esto se suman USD 70 al mes por el alquiler del terreno en Tarqui.
Por la sequía, la producción de leche de sus reses bajó. Cada una de sus tres vacas hoy da 6 litros al día. “Antes, cuando había buen pasto, cada vaca me daba 15 litros diarios y no gastaba tanto”.
Un drama parecido vive Gladys Chuchuca, una campesina de Azuay, que tiene un terreno en la zona de San Pedro de Escalera, en Victoria del Portete, en el sur de Cuenca. Esta zona y Tarqui son las parroquias más ganaderas de Azuay.
Ella tiene tres vacas y tres terneros. Las primeras daban 40 litros de leche diarios, en época de buen pasto. Ahora, por la sequía y por la falta de comida para las reses, la producción bajó a 25.
Tuba y Chuchuca vendieron cinco cabezas de ganado para pagar la comida. Pero el precio de estos animales se redujo. Hace un mes, Tuba vendió un toro en USD 300, que antes costaba USD 800. “La sequía nos está dejando en la miseria”. Mientras que Chuchuca vendió dos vacas, cada una en USD 200. “En otra época valían 700”.
Según el presidente de la Asociación de Ganaderos del Litoral, Paúl Olsen, la producción y la entrega de leche se están reduciendo por la sequía. Él cree que la producción de leche se redujo un 40% en el país. En épocas normales se ordeñan 4 millones de litros al día.
Uno de los problemas, dice Olsen, es que los ordeñadores eléctricos no pueden trabajar porque no hay energía. Cree que un 15% de los litros extraídos se dañaron por los apagones.
“La mayoría de ganaderos -agrega Olsen- no tiene generadores y cuando no hay luz deja de ordeñar con esos aparatos”. Eso genera gastos, porque los ganaderos deben contratar a más personal para el ordeño manual..
Dos zonas afectadas
En los grandes pastizales de las parroquias de Tarqui y Victoria del Portete, la imagen es impactante por la sequía. El verdor, que suele observarse, cambió a tonalidades amarillentas, desde hace dos meses.
En estas extensiones de terreno, los campesinos construyen canales de riego que se conectan en especial al río Tarqui. Estos canales ahora están secos y no sirven para el riego o para que los animales tomen agua.
En épocas de precipitaciones en el Austro, el río Tarqui suele desbordarse y los habitantes de esta zona tienen que salir de sus viviendas cuando se inundan. Esos fenómenos se han visto en fechas de años anteriores.
En las zonas altas de Tarqui y Victoria del Portete también hay ganaderos. Ellos llevan el líquido vital de las partes bajas, desde las parroquias, para abastecer a sus animales, que sufren por la falta de lluvias.