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Manabí recupera otra casona

Redacción Manta 

Cinco meses bastaron para que la casa del extinto Wilfrido Loor, un renombrado hijo de Portoviejo,  vuelva lucir sus mejores galas. Ubicada entre las calles Quiroga y Mejía, la vivienda de dos plantas es uno de los  íconos urbanísticos  de la capital manabita.

Detalles interiores

200 m²  es el  área  total de construcción del inmueble. Las puertas internas y externas son originales y de doble altura; todas fueron retocadas.

Los entrepisos  de madera forman parte del tumbado de la planta baja. Se ven relucientes por las lacas y el color fuerte del guayacán. Ahora tienen  luces de rebote y lámparas blancas.El inmueble marcó el inicio en el uso de hormigones en la década de los años 30,  según Marco Bahamonde Cabezas, encargado de la reconstrucción.

La singularidad de la casa Wilfrido Loor, posteriormente conocida también como de los Jesuitas, pues esta congregación se encarga en la actualidad de su cuidado y mantenimiento, es la conjugación de los entrepisos de madera de doble altura en el área social y una losa en la cubierta.

Los trabajos empezaron en septiembre del 2008 y culminaron  en marzo del 2009. La  inversión fue de USD 68 000, recursos entregados por un  decreto de emergencia del Instituto de Patrimonio Cultural (INPC).

Primero se procedió a corregir la cimentación. Luego se recuperó  la fachada  ecléctica. Las cuatro columnas que  dan forma   al portal (típico de las construcciones de la región) fueron retocadas.

En el segundo piso, los tres balcones falsos lucen  su esplendor. Divididos por la proyección de las columnas vistas, gracias a un conjunto de molduras elaboradas en cemento puro, los balcones son   los elementos prestantes de la edificación.

La losa de 15 cm de espesor  fundida con hierro liso desde 1936  solo fue retocada en algunos tramos. Los tres ventanales frontales de chanul están unidos por un conjunto de figuras geométricas.

Bahamonde comenta que se trabajó con minuciosidad en la recuperación del color de la fachada. Los detalles son de   rojo ocre y el fondo de   blanco ostra.

Todo el exterior se  conjuga con los espacios interiores. Los entrepisos de madera de guayacán que servían se curaron.   “Se cambiaron algunas piezas que habían sucumbido ante el acecho de las polillas y la humedad, el resto fue trabajo de rehabilitación, el guayacán es una madera dura y noble, soporta el paso del tiempo”, reseña Bahamonde.