Albergue ubicado en el antiguo aeropuerto de la ciudad de Portoviejo. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO
El terremoto dibuja una nueva geografía en Manabí. De Manta a Pedernales el panorama de edificaciones caídas, en proceso de demolición o en limpieza de escombros es característico.
Pero a ello se suman grandes extensiones cubiertas de carpas, blancas o azules que constituyen el nuevo hogar de 28 775 personas que perdieron sus viviendas durante el sismo de 7.8 grados del pasado 16 de abril.
Allí donde se jugaban los partidos de fútbol de la Liga Cantonal de Jaramijó, lugar ubicado a unos 20 minutos de Manta y que mantuvo por años el calificativo de ‘caleta de pescadores’ hoy existe un albergue de 101 carpas, donde viven unas 323 personas.
La pelota no rueda más, las barras no alientan a sus equipos, las jugadas polémicas son solo un recuerdo avivado en los pocos televisores que transmiten un partido de Copa América, mientras el viento de inicios de junio sacude las paredes de las carpas azules donadas por el Gobierno de la República Popular China.
Pasa lo mismo en lo que fue la cancha deportiva Tohallí en Manta. El campamento bautizado con el nombre de Los Esteros 1 está conformado por 118 viviendas fabricadas con lona en las que viven 395 personas.
Este ya no es un escenario para el deporte, salvo por las actividades que varias instituciones públicas y privadas organizan para los niños que habitan el lugar; su nueva función es la de ser una especie de sala de espera de la anhelada reconstrucción, que costará USD 3 344 millones.
La semana pasada, en un sobrevuelo organizado por el Grupo Aéreo del Ejército (GAE) 43 de Portoviejo, ese cambio en el paisaje de la provincia se hizo palpable y también aquello que Ricardo Mena, representante para las Américas de la Organización de Naciones Unidas (ONU), puso de manifiesto el lunes en el Taller regional para la reducción de riesgos en América del Sur: “En Ecuador ha sido evidente la informalidad, la marginalidad y los procesos de crecimiento sumamente acelerados, que no necesariamente han estado armonizados con la realidad ecosistémica y la disposición frente a amenazas naturales, tarde o temprano nos pasan la cuenta”.
Esa factura de la que Mena habla se refleja en las 185 carpas blancas, donadas por varias entidades de Naciones Unidas, que albergan a más de 1 000 personas en el antiguo aeropuerto Reales Tamarindos de Portoviejo.
Las cifras que se colocan en esta letra de cambio de la informalidad hablan del dolor de las 512 personas que deberán pasar los días en las carpas donadas por la Agencia de Cooperación Internacional de Japón JICA, que están ubicadas en el campamento Fuerza Sucre de Bahía de Caráquez.
Esa cuenta se paga no solo con dinero sino con la sensación de impotencia al sobrevolar un Pedernales en ruinas, en donde ese restaurante o ese hotel en el que alguna vez se pasó un tiempo de vacaciones ya no existe, fue borrado del mapa y lo que ahora predomina en el extremo sur de la ciudad es un conjunto de 200 carpas celestes, que forman una U perfecta. Vista desde el aire parece una colmena que agrupa a unos 720 damnificados.
Finalmente, los rubros de ese crecimiento urbano descontrolado los pagan los niños, que de acuerdo con el coordinador de albergues de Manabí y Esmeraldas, el teniente coronel Galo Lastra, representan entre el 30 y 40% de la población albergada. Ellos ahora juegan a las escondidas entre las filas y columnas que forman su nuevo hogar.