Redacción Manta
Polibio Franco no deja de lamentarse. Este pescador de San Mateo, en el suroeste de Manta, asegura que en los últimos años los oleajes son más fuertes y peligrosos. “Esas masas de agua en forma de olas, con más de 3 metros de altura, chocaban contra las grandes dunas de arena y acantilados de mediana y baja pendiente”.
En su opinión, las casas ganaron espacio a los acantilados y a las dunas. En San Manteo, por ejemplo, 25 casas se levantaron al filo de la playa, aunque el reglamento de ocupación del territorio establece que se pueden levantar viviendas a 30 m de donde golpea la marea más alta.
Una de esas casas es de Franco. La construcción, de 12 m de frente por 9 m de fondo, está maltrecha. Cada vez que las olas chocan contra un pedazo de muro, la casa se remece. Las paredes y la losa intermedia se han reventado, debido a los constantes tumbos. “Milagrosamente, la casa está en pie”.
La vivienda de José Torres, un comerciante de pescado, está junto a la de Franco y está expuesta a las olas. Un muro de 80 centímetros sucumbe poco a poco debido a la arremetida del agua.
En Manabí, la construcción de casas en la playa también genera problemas en Cojimíes y en Pedernales. En este último cantón, 150 viviendas fueron levantadas a 50 cm sobre el nivel del mar.
Cuando el mar crece, la inundación es inminente. “Lo mismo ocurre en poblados como Don Juan en y El Matal, en el cantón Jama”, comenta Juan Cisneros, un empresario turístico del lugar.
Él recuerda que la gente empezó construyendo pequeños quioscos para vender refrescos y luego decidió levantar construcciones con habitaciones para alquilar. “No les importó la cercanía al mar, a pesar de las noticias que se difundieron luego del fenómeno de El Niño de 1 997”.
En ese año, en el recinto Briceño, en el norte de San Vicente, el incremento de la fuerza del mar partió en dos al poblado de 50 casas y borró el trazado de una vía.
De igual manera, en Jaramijó, 30 casas ubicadas al filo de un acantilado fueron destruidas por las inmensas olas. 50 familias salieron. Aún quedan cinco, que no quieren dejar sus endebles casas.
Humberto García Torres, jefe del Departamento de Obras Públicas del Municipio de Jaramijó, reconoce que esa zona es extremadamente insegura. Según él, desde hace 35 años el mar ha carcomido las bases del acantilado. “300 metros del macizo ya no existen”.
La orden es no dar permisos para la construcción y remodelación de casas en ese sitio. Pero quienes ya están instalados insisten en no abandonar el lugar.