La política nuevamente le juega una mala pasada al Perú. Ollanta Humala y Keiko Fujimori pasaron a la segunda vuelta. Aunque ambos han tratado de mantenerse cautos, su pasado y afinidades políticas podrían poner en peligro los logros alcanzados por este país en términos de desarrollo económico y vigencia del sistema democrático.
El Perú atraviesa por su mejor momento. Es el país con mayor crecimiento económico de América Latina (promedio del 7 por ciento). Tiene el primer lugar en clima para hacer negocios, protección al inversionista y receptividad del gobierno a la inversión privada en infraestructura. Los acuerdos comerciales firmados con varios países lo proyectan como una plataforma conveniente para la exportación e inversión. A eso se suman un adecuado manejo fiscal, bajas tasas de inflación, deuda externa controlada, solidez y liquidez del sistema financiero, así como reservas internacionales netas superiores a los 30 mil millones.
Todos estos logros están en peligro. La importancia dada por Alan García al crecimiento económico sobre la política social fue aprovechada por Humala y Fujimori. Pese a ser de dos tendencias contrapuestas, ambos han llegado a donde están por medios populistas y clientelares.
Ollanta Humala, aunque ahora diga que admira a Lula y al modelo brasilero, es parte del proyecto regional de Hugo Chávez. Incluso el presidente ecuatoriano Rafael Correa ha mostrado su simpatía. Si esto es así, no sería nada raro que Humala hable algún momento de cambiar la Constitución y reorganizar de los poderes públicos. Eso implicaría concentrar más el poder, romper con contrapesos institucionales, estatizar ciertos sectores para manejar a dedo la contratación pública, ganarse a la población con subsidios, eliminar todo tipo de competencia política, limitar las libertades de opinión y prensa, etc.
Keiko Fujimori, populista de derecha, acarrea en cambio la sombra de su padre. Como ha mencionado recientemente Mario Vargas Llosa, durante la dictadura de Alberto Fujimori “se perpetró un saqueo sistemático de los recursos públicos (USD 6 mil millones), la corrupción cundió por todos los estamentos del estado en la más absoluta impunidad (tráfico de armas, drogas, etc). Tampoco se puede olvidar los innumerables crímenes, desapariciones, torturas, ejecuciones extra judiciales y toda clase de violaciones a los derechos humanos. En efecto, el gran problema de Keiko, a más de su falta de inexperiencia y desconocimiento de los asuntos de Estado, es la cercanía de su padre y de quiénes fueron parte de su gobierno.
Cualquiera de los dos escenarios es poco alentador. Difícil coyuntura para el Perú: decidir por el mal menor.