Tengo que empezar por reconocer que nunca había sido aficionado a la música de Iron Maiden. Igual que a muchos, me generaba varios prejuicios: las jorgas de pelones caminando con sus camisetas negras, chompas de cuero y botas militares, la cultura algo sombría que rodea desde hace tiempos al grupo de rock pesado, sus injustificados y gratuitos laureles de satanismo, la fama precedente de música demasiado pesada, impenetrable y siempre tenebrosa…
Tengo que admitir que toda la cultura que rodea a Iron Maiden me molestaba, incluso a ratos me enervaba. Me refiero -ya saben- a las extraños afiches, siempre llenos de monstruos, de criaturas aparentemente desenterradas de fosas comunes, de referencias al parecer mitológicas. También a los conciertos multitudinarios y a las eternas filas (carpa incluida) para conseguir una entrada. Hasta hace poco, para mí, el mundo de Iron Maiden era como la conjunción de varios universos de pesadilla, la existencia paralela de varias historias de terror. En otras palabras mi idea del mundo de Maiden nublaba mi juicio y me impedía apreciar su música.
Todo cambió hace poco, hay que reconocerlo. Desde que un amigo me prestó un disco de Maiden no lo he dejado de escuchar. Me he convertido en un aficionado incondicional y casi rabioso. Ya no puedo dejar la adrenalina de las guitarras eléctricas, la sensación vertiginosa que produce el bajo y los ritmos urgentes de la percusión.
Aunque el vocalista tiene una voz poco agraciada y vocinglera – un aficionado hace años se quejó en una carta a una revista de que parecía una sirena antiaérea- encaja a la perfección en la filosofía de música densa, de metal verdaderamente pesado y sin aleaciones. Ahora me he convertido en un convencido partidario de estos sonidos a veces tenebrosos, a ratos frenéticos. Escuchar a Iron Maiden es como subirse en una montaña rusa distinta cada día, siempre impredecible, persistentemente extática, a ratos delirante.
Tiene todas las cualidades del verdadero rock pesado, con una o dos pintas de punk y sin aditivos de ninguna naturaleza. Me fascina la fórmula no demasiado secreta de sus sonidos tupidos y viscosos, cargados y glutinosos: otra vez, la urgencia y el virtuosismo de las guitarras eléctricas, el plomo cargante del bajo y el apoyo siempre irascible alboroto de la batería. Es que Iron Maiden, contrario a los conceptos preconcebidos, contra la creencia más o menos generalizada, es una banda sofisticada y que muestra el lado refinado del rock.
Luchen cuerpo a cuerpo con sus demonios rojos. Despójense de sus antiguos prejuicios. Déjense llevar por los sonidos del metal pesado. Escuchar Iron Maiden es bueno para la salud.