Redacción Quito
Las largas filas y los apuros por encontrar un sitio en las bancas o en algún bordillo del parque de La Magdalena para saborear los platos típicos que ofrecían las “caseras”, ahora son solo recuerdos de Luz María Ortega. “Se sentaban en el parque a comer el mote cuando vendía en el zaguán de mi casa”.
A los 12 años, Ortega salía con un canasto de totora en sus brazos a vender el mote que su abuelita, Natividad Puma, cocinaba en leña. En esa época sus principales clientes eran las personas que lavaban la ropa a orillas del río Machángara. “En esa época era limpiecito el río”.
A sus 20 años, la joven quiteña preparaba un canasto de mote y alverja y salía a vender en una esquina del parque de La Magdalena. “Antes no había parque, solo un potrero frente a la iglesia”.
Con el tiempo, la gente de todas partes de Quito llegaba a comprar las fundas de mote con alverjas de dos reales. Desde entonces han pasado 60 años y los motes de La Magdalena aún se venden frente a la plaza, pero en un moderno restaurante.
La leña fue reemplazada por modernos hornos industriales donde hoy se prepara la mayor parte de las 23 variedades de platos típicos de la Sierra ecuatoriana, según comenta el ingeniero Pablo Vargas, gerente de la empresa y yerno de Ortega.
“El sabor ha cambiado un poco pero en cambio hay más variedad de platos”, asegura César Díaz a la salida del local, luego de saborear un plato de tortillas con hornado.
Aprovechando la concurrencia de gente que llegaba a probar los ‘motes’ de La Magdalena, Cecilia Pillajo también empezó a vender papas con cuero en la vereda hace 18 años. Pese a que los motes de doña Ortega eran los más apetecidos, nunca faltan clientes para las papas con cuero que vendía a 500 sucres.
“Todo cambió desde que el local de los Motes de La Magdalena creció”, asegura Pillajo quien, con un cucharón en la mano, revuelve el menudo que prepara para los pocos comensales que llegan hasta su negocio, ubicado en las calles Quisquis y Quitus, frente al parque. Uno de ellos es Julio Mantilla, un morador del sector. Él acude al puesto de venta para comprar una tarrina con mote y llevarla a su casa.
Salomón Quishpe también se instaló en el garaje de la casa de su prima con su negocio de secos. Los pocos platos de seco de chivo y yaguarlocro que vende en el día apenas le alcanzan para mantener el negocio. “Los fines de semana las ventas mejoran un poco”.
No obstante, Pillajo asegura que el cierre de las vías transversales por el ciclopaseo semanal también afectó a todos los negocios del sector. “Mis clientes se quejan que no pueden cruzar al parque en sus autos y mejor se van”, refiere.