Ahogado por la crisis económica que su propia inoperancia generó, la semana fue tensa para el gobierno de Nicolás Maduro.
La triste conmemoración de aniversario de las protestas estudiantiles y populares que dejaron cerca de una centena de detenidos, entre ellos varios dirigentes políticos como el ex precandidato presidencial Leopoldo López, fue ocasión para nuevos disturbios reprimidos por el Régimen chavista.
El Gobierno vio una ocasión propicia para denunciar un supuesto golpe. Nicolás Maduro, el mismo líder que habla con los pajaritos, dijo que se planificaba un bombardeo al mismísimo Palacio de Miraflores, en Caracas.
Es probable que sea una estrategia de distracción del partido Socialista Unido de Venezuela ( PSUV) para atemorizar a la oposición. Estos grupos diversos con dirigentes presos o legisladores destituidos por la mayoría, como María Corina Machado, otra ex precandidata presidencial perseguida por el Gobierno, siguen adelante en su tenaz denuncia internacional que poco efecto surte.
Pero ni Maduro, ni Diosdado Cabello, ni todo el PSUV pueden ocultar la realidad de la quiebra virtual de su economía y la producción alimenticia devastada.
Pasada la bonanza petrolera, las giras internacionales del Presidente no convencieron a los amigos y la situación crítica forzó una devaluación, después de años de haber mantenido un mercado paralelo de la moneda nacional frente al dólar. Por cada dólar se entregan 6,5 bolívares oficiales, pero ahora existe el reconocimiento del mercado negro, ya se puede comprar dólares a 170 bolívares, 28 veces el valor ficticio que Hugo Chávez primero y Nicolás Maduro luego mantuvieron por largo tiempo.
Mientras, la falta de alimentos es evidente y reiterada y
la inseguridad pública gana la partida. El chavismo acude a autorizar el uso de armas. Una arenga que parece irresponsable y que podría desatar una sangría.