Fue significativo esta semana, el contraste: mientras que los titulares de prensa desplegaban varias columnas para informar sobre la batalla que libra el dictador Gadafi, de Libia, en contra de su propio pueblo, al principio solo se dedicó una columna para narrar lo ocurrido con las Oficinas de la ONU en Afganistán y la muerte de siete funcionarios de la organización mundial dentro de ese mismo país.
Solo posteriormente se ha dado cabida a las declaraciones que califican como “atroz y cobarde” a la masacre de los funcionarios, lo mismo que la condena del presidente Obama respecto del acto inicial de las manifestaciones al que señaló de “extrema intolerancia y fanatismo”. Allí se explicó que un pastor Terry Jones, de la Florida, había quemado un ejemplar del Corán, libro sagrado de los musulmanes, por el aniversario del atentado de las Torres Gemelas. También que el pastor dijo que “queríamos generar conciencia sobre esta religión peligrosa”.
No obstante las enormes distancias geográficas que se interponen entre los territorios mencionados –Libia, Afganistán y Florida– ha de reconocerse que todos estos violentos episodios están relacionados entre sí y que no puede prescindirse de ellos, cuando se intenta comprender la trágica problemática que incendia ahora a la Civilización Islámica.
En efecto: la primera constatación es la de la íntima vinculación que allí se da desde lo religioso hasta lo político, lo económico, lo social y, de manera virtual, todos los aspectos de la vida de las gentes, o sea de un conglomerado de casi mil millones de personas.
La otra constatación es que los musulmanes, a pesar de algunas tibias expresiones de ‘secularismo’ en el sentido occidental, siguen con fervor intenso las peripecias de su religión – ni qué decir del propio Corán – y suelen reaccionar ante ellas con la explosión emocional, la pasión y, si se quiere, la intolerancia, que parecen constituir elementos claves de la definición temperamental de estos pueblos.
Como consecuencia si se atiende un momento a los criterios políticos, debe notarse que la ‘democracia liberal’, dígase lo que se quiera y háganse los esfuerzos que se hagan, propiamente no encaja con el modelo coránico.
Un resumen muy apretado del Islamismo expresa que éste, “significa entrega de la voluntad total del hombre a Dios por medio de su Enviado. Es religión de una fe profunda. Dios es causa de todo. No es propiamente un padre, sino un amo misericordioso, ciertamente, pero al igual que un señor oriental, quien distribuye de manera arbitraria, castigos y recompensas”, lo cual desemboca en una suerte de teocracia absoluta o si se prefiere decirlo con otras palabras, en un Positivismo extremo.
De ahí surgen tanto los tiranos que gobiernan 42 años, 30 años o lapsos parecidos, cuanto la ilimitada arbitrariedad de sus gastos y sus decisiones.