Redacción Machala
Cuando terminé mis estudios en el colegio Guayaquil, de Ambato, obtuve una beca para estudiar en EE.UU. Durante los 10 años que permanecí allá -desde 1975- conseguí un trabajo en mi campo profesional: la ingeniería mecánica. Me había especializado en la reparación de maquinaria, y en ese país trabajé en las áreas textil y automotriz. Me iba bien, aunque mi anhelo siempre fue retornar a mi tierra.
Al poco tiempo de llegar a EE.UU. formé un hogar. Mis hijos crecieron allá. Con trabajo, una familia, tres autos y una casa en el área de Queens, en Nueva York, había cumplido, como dicen los estadounidenses, el famoso ‘sueño americano’.
Nada de dinero en el banco; si tuviese ahorros lo invertiría en bienes raíces. Pero como nunca abandoné la idea de volver, lo consulté con mi familia. Y, en 1989, decidimos retornar a Quito. Para entonces, tenía conflictos con mi esposa. Poco después, mi primer matrimonio terminó y mis tres hijos decidieron quedarse en EE.UU.
Así que decidí quedarme en Ecuador. Formé un nuevo hogar y, en 1993, empecé a traer los fondos de mi retiro privado en EE.UU., unos USD 60 000. Con el dinero compré una casita en Quito y también adquirí una finquita en el valle de Tumbaco, en las afueras de la ciudad. El resto coloqué en el banco, en pólizas en dólares. En total, en el Banco del Progreso tenía USD 17 000; y otros 52 millones de sucres en una póliza en Filanbanco.
Por aquel entonces hice amistad con una persona de quien luego me arrepentiría haberle entregado mi confianza. A él, a quien consideraba mi mejor amigo, le pedí consejos sobre dónde depositar mi dinero. Me recomendó que lo colocara en el Banco del Progreso, porque en esos momentos, recuerdo, pagaba el 8% de intereses en ahorros en dólares. Fue un error…
Para arreglar algunos temas pendientes, debí regresar a EE.UU., por lo que encargué a este amigo la custodia de mis ahorros por el tiempo que debía permanecer allá.
Cuando reventó la crisis bancaria, allá por 1998, retorné a Ecuador con la esperanza de que me reprogramaran la devolución de mis ahorros. En Filanbanco me reprogramaron la póliza y me la convirtieron en USD 3 000, pero en el Banco del Progreso no pasaba nada. Se publicaban los listados de quienes tenían ya reprogramados sus ahorros, pero yo nunca aparecía allí.
En 2006, mi actual esposa, quien es doctora, me animó a solicitar trabajo en la ex Empresa Eléctrica de El Oro. Nos trasladamos a vivir a Machala. Debimos arrendar un pequeño cuarto, porque el único dinero que nos quedaba lo gastábamos con mucho cuidado. El único patrimonio que nos quedaba era la finca y una camioneta nueva.
Con el carro empecé a trabajar haciendo reparaciones para la Empresa Eléctrica; mi esposa, en cambio, obtuvo un contrato de trabajo en el Ministerio de Salud. Empezamos a salir adelante.
Un día fui a Guayaquil a realizar unos trámites y me animé a acercarme a las oficinas de la Agencia de Garantía de Depósitos (AGD). Luego de tantos años quería saber por qué no me habían devuelto mis recursos.
Para mi sorpresa, esas pólizas por USD 17 000 habían sido ya pagadas, entre 2002 y 2003, a quien yo consideraba mi mejor amigo. Y él nunca me avisó. En la AGD me remitieron copias de los cheques pagados a esa persona. Un abogado me dijo que aquello era una estafa. Nunca supe por qué a él, y no a mí, el dueño de las pólizas, le dieron el dinero. A este supuesto amigo lo confronté, pero lo negó todo y desde entonces no me da la cara.
Yo me acogí a la fe cristiana evangélica, me quité de encima todos esos problemas del banco y desde entonces decidí seguir adelante.
Actualmente, tengo estabilidad en mi trabajo en la ex Empresa Eléctrica, donde realizo mis labores en el Departamento de Servicios Generales. Mi esposa tiene un consultorio ginecoobstétrico. Nos va bien.
Hoy espero los papeles de mi jubilación en EE.UU., porque aún tengo la residencia de ese país. Con mis hijos, que son profesionales y viven allá, nos chateamos constantemente.
Aprendí una lección, ahora vivimos de nuestros salarios, nada de dinero en el banco; si tuviese ahorros los invertiría en bienes raíces. No confío en la banca.