En el imaginario y en la cotidianidad del quiteño está la lluvia. Gente con paraguas, abrigos, ponchos y botas de agua y las consabidas limpiezas de ductos y canales eran parte de esa rutina marcada por la temporada lluviosa.
Sin embargo, con el crecimiento de la ciudad y con el paso del tiempo (lo digo por los años que tienen las principales obras de alcantarillado en la ciudad), las precipitaciones de estas dos semanas (y las registradas en la última década) desnudan una ciudad que no ha diseñado, planificado ni ejecutado obras de desagüe pensadas a futuro, que abarquen, por lo menos, hasta el año 2050, que está a la vuelta de la esquina.
Lo que ocurre con los colectores de los principales pasos deprimidos de la ciudad (cuatro) es una muestra de esto. Además, todavía, los habitantes de Quito tienen que soportar la saturación de sistemas de alcantarrillado en sectores como Turubamba, Guamaní, Chillogallo, El Inca, Jipijapa, Cotocollao, entre otros. Son problemas que han sido recurrentes en las últimas administraciones municipales, desde la de Jamil Mahuad. Solo basta con desempolvar, anteriores ediciones de este y otros periódicos que circulan o circulaban.
No se puede negar todo el trabajo que, por ejemplo, se gestó con el proyecto Laderas del Pichincha que, en menos de una década, superó una pesadilla para los quiteños que vivían a lo largo de la entonces av. Occidental desde Miraflores hasta El Condado.
Pero con el crecimiento urbano, hay que tener en cuenta que los sitios en riesgo se incrementan: 15 en los dos últimos años. Barrios cercanos a quebradas, laderas o terrenos bajos están en la lista.
Otra factura recae sobre el estado de vías y calzadas. El último informe de la Epmmop señala que 7 884 kilómetros requieren de mantenimiento; el 80% de calles y avenidas.
A poco de cumplir, un año de gestión, se conoce poco de los proyecto emblemáticos que, en materia de alcantarillado (la obra que no se ve) ejecutará el alcalde Rodas.