Puerto Príncipe. AFP
Para qué? ¿Para volver a construir? ¡Por ahora no veo nada!”. Como Pierre Bélize, los haitianos que viven en campamentos en las alturas de Puerto Príncipe juzgaban el jueves con escepticismo las promesas de ayuda que llegaron de Nueva York, porque para ellos lo urgente es comer.
Amontonados en la calzada de lo que, antes del sismo del 12 de enero, era una plaza importante del barrio Canapé Vert de la capital haitiana, miles de damnificados siguen viviendo en refugios precarios, tras el derrumbe de sus antiguas casas, construidas en la ladera de la montaña.
USD 10 000
millones se comprometieron entregar 138 países para la reconstrucción de Haití.
La mayoría recibió carpas “iglú” o lonas con el logotipo de organismos internacionales. Pero muchos se quejan de la imposibilidad de acceder a los alimentos que se distribuyen. “Hacen falta cupones (para recibir comida), y no se encuentran nunca”, se lamenta Wilkerby Desrameaux, de 30 años, mientras lava a mano unos pantalones a la entrada de la carpa donde vive con su esposa y sus dos hijos de seis y dos años.
Cuando se le pregunta si estaba al corriente de que el miércoles, en la ONU, los representantes de 138 países y organismos internacionales se comprometieron a reunir USD 10 000 millones en diez años para reconstruir Haití, Wilkerby Desrameaux contesta: “No sabía”.
“No me enteré”, dice su vecina Nadine Pierre, quien agrega: “no soy optimista ” acerca del futuro. Insiste en la dificultad de alimentarse: “Solo una vez conseguí un saco de arroz…”.
“Nunca logramos encontrar el cupón”, añade la mujer de 34 años, que era comerciante antes de la catástrofe que dejó al menos 230 000 muertos y 1,3 millones de damnificados sin techo. Su carpa está llena de niños mirando las pésimas imágenes de un antiguo televisor.
Según Carl Henry, empleado de una ONG francesa, “ciertas personas de alto rango lo acaparan todo y conservan los cupones de distribución para sus familias o los venden”. Para evitar tales fraudes, Ygens Lamarre, un profesor de literatura francesa que se quedó sin trabajo, estima que “más valdría que fueran las ONG las que vinieran a gestionar el dinero” prometido en Nueva York.
Refugiado en una pequeña carpa con su mujer y sus dos hijos, Ygens pasa los días leyendo, esperando “tener noticias de la Educación Nacional ” sobre la reanudación de las clases.
A pesar de ser miembro de Lespwa, el partido del presidente René Préval, Ygens se dice a favor de la puesta de Haití bajo tutela extranjera: “Según nuestra constitución y nuestra historia, no está bien, lo reconozco, ¡soy nacionalista! Pero nuestra clase política es ingrata e incompetente.”
Mientras sirve cervezas y recarga teléfonos celulares en uno de los bares improvisados del campamento, Abraham Joseph, de 16 años, quiere tener confianza: “Con la ONU, todo será posible”.
Más lejos, en medio de un laberinto de telas, Stancia Laguerre intenta dormir a un bebé mientras su amiga cuece en un hornillo de carbón una papilla viscosa y verde, a base de harina. “ No vemos ninguna reconstrucción y no hay actividad”, afirma.